Otra vez faltan muchos de ellos. Se han ido, llenos de dolor, entre gemidos y lágrimas. Este año, han caído ya unos cuantos centenares, y nadie ha podido salvarlos a pesar de algunos esfuerzos. El sistema lo permite y es imparable mientras no unamos un mayor número de fuerzas, mientras no tomemos una mayor conciencia de la importancia de no infligir dolor, de no matar, de no masacrar a seres de otras especies.
Cada año, entre los meses de octubre y abril, en un pueblo costero de Japón, Taiji, se sucede la más triste de las historias. En una de sus playas y a escondidas del resto del mundo, mueren 20.000 delfines de forma salvaje, a base de arpones clavados en sus cuerpos y de desgarros provocados por los mismos, y es así, como cada año, en un lugar del mundo en que vivimos, el mar se tiñe de rojo con olor a sangre y muerte.