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viernes, 18 de agosto de 2017

Costa Amalfitana, Nápoles y Roma, ruta de la felicidad



Barcelona, 4 de agosto de 2017


Son las 21.00 horas y estoy ya en el puerto de Barcelona. El corazón se acelera por la emoción de un nuevo viaje a la vista, es inminente. El barco zarpa con casi dos horas de retraso. Noche a bordo, toca apaciguar el pulso para amanecer llena de ilusión al día siguiente.






Civitavecchia, 5 de agosto de 2017 - Roma 

Por la mañana me despierta el sol que entra por la ventana del camarote a pesar de las cortinas. Un desayuno rápido en uno de los restaurantes que ofrece Grimaldi y me apunto a pasar la mañana tumbada al sol en la piscina, en la onceava planta del barco y con vistas al Mediterráneo a mar abierto. Tras casi 24 horas de viaje en barco con nuestro coche a bordo, llegamos a Civitavecchia, municipio de la provincia de Roma cuyo puerto, construido por el emperador Trajano de Roma, pertenece al precioso mar Tirreno. Es tarde, y tras el chek-in en el Hotel de la Ville y una ducha precisa, llega una cena relajada y un breve paseo por los puestecitos del Paseo marítimo desde el que hemos cenado. Ahora toca descansar antes de emprender mañana el largo viaje en coche de 322 kilómetros hasta la localidad de Vico Eqüense, junto a Sorrento, en plena Costa Amalfitana.






Vico Eqüense y Sorrento, 6 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana 


A las 7.00 en punto de la mañana suena el despertador y, aunque es temprano, el desayuno me espera y un viaje de tres horas también, así que no tengo intención de hacerme la remolona. Es hora de ponerse en pie para iniciar el plan previsto para hoy.

Tras casi tres horas y media de viaje, llego por fin a mi ansiado Grand Hotel Angiolieri, un tranquilo hotel de cinco estrellas con unas preciosas vistas de la península sorrentina con el Vesubio como telón de fondo. Realmente, un pequeño paraíso donde la atención es impecable. Mateo, el maître del restaurante del propio hotel, prepara un zumo de maracuyá de bienvenida que resulta realmente reparador a una temperatura de 30 grados en pleno agosto.


El hotel desborda luz, espacio y una elegancia sencilla, sin adornos que desvirtúen lo simple.


Son las 12.00 del mediodía y tras el zumo a la sombra de las buganvillas contemplando el azul del mar y la silueta de un Vesubio que me mira de frente osado y majestuoso, decido que es mejor terminar de relajarme sin moverme de aquí y comer en el restaurante del propio hotel, una ensalada de gambas, parmesano, rúcula y tomate con un risotto alla pescatora que estaba para repetir.


Luego, tras la comida, con un sol abrasador, me zambullo en la piscina para quitarme de encima el calor. Mientras nado a braza ida y vuelta varias veces, a mi ritmo y con algún descanso que otro, observo que incluso desde dentro de ella puedo seguir disfrutando de las vistas del pueblecito de Vico Equense y el resto de la península de Sorrento. Es un momento de descanso para dejar la mente en blanco y que los pensamientos dancen a sus anchas por la mente.


Una ducha rápida y un descanso de 30 minutos en la habitación es el lujo que me permito antes de salir a pasear por las callecitas principales de Sorrento. 


En cuanto piso la Piazza Tasso me doy cuenta que Sorrento tiene algo distinto y mucho de pueblo mediterráneo aún anclado en el tiempo. Calles estrechas abarrotadas de tiendecitas y puestos de cerámica, limoncello, fruta, helados, artesanía y moda, gente por todas partes y baldosas viejas totalmente irregulares que te impiden caminar con normalidad cuando calzas tacones estilizados. Pero el encanto es el propio de un pueblo italiano de costa, algo que atrapa. Te gusta respirar, lo necesitas. Te invade y te apetece seguir invadiendo su centro para sentir que por una vez vas a formar parte de esa geografía, de esa historia que es, sin duda, milenaria.


Cuando dejo atrás la Piazza Tasso, me adentro en Corso Italia y la sensación viene a ser la misma, parece que estoy en otra época, y es inevitable perderte por otras callejuelas con escaloncitos y terracitas pequeñas a la vista cuyas mesas o están adornadas con velas o bien con flores, y muchas veces, limones. Limones en casi cada esquina.


Es una preciosa experiencia. Sorrento tiene mucho que decir.


Tras el plácido paseo, tengo mesa reservada en la impresionante terraza La Pergola, dentro del Restaurante del Hotel Bellevue Syrene, con unas vistas que te paralizan por lo impresionante no sólo de la altura, sino de la belleza del Meditárreno que te permiten contemplar desde ese prisma la pureza de un mar azul y de un Vesubio que me sigue mirando de frente altivo, parece que pretenda hablarme y me esté pidiendo a gritos que me acerque. Tranquilo querido, mañana iré a verte.


La cena es exquisita, de primero unos raviolli all' uovo rellenos de paté, huevo y una salsa napolitana con verduras que estaba de vicio. De segundo, un pescado de lonja del día de la costa de Sorrento con una deliciosa crema de patata y calabacín que acompañaba de maravilla. 

Vino blanco de altura y agua natural para ir aligerando sabores entre plato y plato. Una auténtica experiencia. El piano en directo y los fuegos artificiales que salían de una barquita en medio del mar, escenario que contemplaba desde la mesa donde transcurría el ágape, han hecho que la cena fuera más que un espectáculo. No era algo esperado, era algo que ha constituido el broche de oro a un día que no tenía planeado este final con tanta exquisitez.

Son las doce y media de la noche, hora de dormir. Mañana me espera mi queridísimo Vesubio, parece que hemos decidido presentarnos. Lo haré desde la ciudad que arrasó hace ya tantos siglos. Seguro que él tampoco lo ha olvidado.



















Pompeya y Sorrento, 7 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana

Son las ocho de la mañana y entra un sol por la ventana que calienta hasta las cortinas. Un desayuno en la terraza del hotel a la sombra y junto a la baranda para no perder de vista ni el mar ni mi querido Vesubio. A las 10.00 me recogen en el hotel el guía contratado para la visita a Pompeya que dura toda la mañana. La ciudad fue  enterrada por la violenta erupción del Vesubio el 24 de agosto del año 79 d.C y sus habitantes fallecieron debido al flujo piroclástico. El origen del nombre de Pompeya no está muy claro si bien prevalece la teoría del gramático italiano Cayo Julio Solino, que añade que Hércules, al partir victorioso de España, entró en la provincia de Campania, llevando como en pompa los bueyes que había robado y que, por razón de esta pompa, dio el nombre de Pompeya a la ciudad que edificó. Los orígenes del poblamiento de esta ciudad se remontan al siglo VII antes de Cristo. La ciudad se transformó en un importante punto de paso de mercancías, que llegaban por vía marítima y que eran enviadas hacia Roma o hacia el sur de Italia (costa amalfitana) siguiendo la cercana Vía Apia.

Caminar por sus calles de piedra, contemplar como eran las casas de la mítica Pompeya, hoy sin techos debido a que todos se derrumbaron con la capa de casi 8 metros de ceniza tras la erupción del volcán del Vesubio, el lupanar donde se ofrecían los servicios de prostitución, incluso llegar a contemplar algunos restos de las antiguas tuberías de plomo que usaban los romanos y pompeyanos de la ciudad sin ellos saber que eso podía matarlos -gracias a que nunca les pasó nada debido a la gran cantidad de cal que tenía el agua que consumían que conseguía crear una capa en el interior de las tuberías que aislaba el plomo del agua que circulaba por ellas- conocer y descubrir la historia y la forma de vida de una época de hace miles de años, es sin duda fascinante. Si hay que mencionar algún inconveniente es este  sol de agosto que en la península sorrentina no tiene piedad. No hay forma de bajar de los 33 grados esta mañanay eso, caminando a pleno sol, se hace duro. Aún y así, lo que ven mis ojos es pura historia, y el esfuerzo merece la pena.


Por la tarde, de regreso en el hotel, decido descansar de la caminata al sol y darme tregua con un chapuzón en la piscina que me ayude a olvidar el calor extenuante sufrido durante mi paso por Pompeya.


El descanso repone el cuerpo y el alma.


A las 21.00 es hora de cenar, y esta noche me quedaré en la preciosa terraza del L'Accanto Ristorante, el restaurante del propio hotel que me sigue ofreciendo las vistas hacia el mar Tirreno y el volcán que un día decidió terminar con todos los habitantes de Pompeya y Herculano.


La cena resulta reparadora y relajante, con excelente aderezo por parte del chef en sus condimentos. Es hora de dormir. mañana empezaremos la auténtica ruta por la Costa Amalfitana.





















Praiano y Furore, 8 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana



Mi tercer día en la Costa Amalfitana y sigue haciendo un sol deslumbrante que te despierta desde temprano cuando los rayos insisten en colarse atravesando mi ventana y también las cortinas que la cubren.

El desayuno lo hago pausado en la terraza frente a la costa de Sorrento y tras el capuchino con leche de soja y unas tostadas con margarina vegetal, es el momento de iniciar el camino de hoy.


Estoy lista y me dirijo hacia Praiano, también declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Es un pequeño pueblo de pescadores donde se respira la calma del Mediterráneo. Esta es una localidad de gente tranquila, apenas cuenta con una iglesia de 1588 dedicada a San Luca Evangelista, unos cuantos barcos y poco más. Sin embargo, mientras circulas por la carretera que cruza el pueblo, los acantilados escarpados que miran hacia el mar consiguen hipnotizarme y acaparar toda mi atención tan descaradamente que, a ratos, tengo que bajarme del coche para contemplar el paisaje e intentar retener toda ese arte de la naturaleza para fotografiarlo visualmente e intentar recordarlo por el resto de mis días.


A mediodía, tengo mesa reservada en el Marrakech Bar, del Hotel Casa Angelina, un precioso hotel blanco por fuera y por dentro, con multicolores obras de arte en cristal de Murano y unos inmensos ventanales para contemplar unas espectaculares vistas del Mediterráneo. Cualquiera puede padecer el síndrome de Sthendal al contemplar el sol estrellarse en el mar, derretirse y morir en Capri desde las vistas de Casa Angelina. Este hotel vanguardista en su hospedaje atesora un lujo que se muestra sin agobios.

Tonino Cappiello es el fundador de este precioso lugar y nos cuenta que se inspiró en sus viajes por todo el mundo para crear este precioso hotel dedicado a todas las personas que aman la exquisitez pero sin pretender ninguna ostentación.

Tras descubrir Praiano, me he propuesto visitar un pequeño rinconcito del planeta que poquísima gente tendrá oportunidad de conocer alguna vez, el pequeñísimo pueblo de Furore, un municipio con sólo algo más de 800 habitantes que también está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En plena Costa de Amalfi y muy cerca de Positano hubo una época en que los viajeros simplemente pasaban por la carretera y apreciaban su belleza sin poder acceder hasta allí con facilidad. Además al no poseer la típica plaza central ni un conjunto de casas centrales, hasta había quienes no se daban cuenta que en este rinconcito habitaba una reducida población. Furore es conocido como “El pueblo que no existe”. El hecho de que cada septiembre lleguen hasta Furore artistas de todo el mundo convocados al Festival donde se crean hermosos murales que luego forman parte de los edificios del pueblo ha hecho que de ser un pueblo “que no existía” ahora todos lo conozcan como ‘Il Paese Dipinto’  -La villa pintada-. La principal atracción es su Fiordo, donde se agrupa un pequeño conjunto de casas de pescadores que quedan colgando de la roca hacia el acantilado. También es esta la parte más antigua de Furore y la más impresionante con ese fiordo de formas dramáticas y, a la vez, inusuales para Italia.


No podía marcharme de Furore sin escuchar atentamente el rumor del mar.  Cuenta la historia y no sólo la leyenda que el nombre de este pueblecito le viene dado por el rugido impresionante del romper de sus olas contra las rocas en la única playa, más bien cala minúscula, con la que cuenta este recóndito lugar. Es tan impresionante escuchar aquí el rumor de las olas que la sensación es indescriptible. Me atrapó de una forma tan intensa que, a pesar de desconcertarme, no pude evitar adentrarme en sus aguas y nadar hasta incluso cruzar las boyas que no permiten el acceso a los bañistas, pero necesitaba cruzar el imponente arco que hace de paso entre acantilado y acantilado del Fiordo. Es un rincón pequeñísimo, pero tan lleno de encanto que supe, desde el instante en que lo pisé,  que jamás podré olvidar este momento.



Marcharme sin bañarme en su fiordo era algo que no entraba en mis planes. Nunca sabes si habrá una segunda vez. Y yo, ya sé que he nadado en el verde de sus aguas. Esto lo llevaré siempre conmigo.


Hoy la temperatura ha estado todo el día entre los 31 y los 34 grados. Aquí el calor no cesa, así que tras el baño en las aguas del Fiordo de Furore, es hora de regresar al hotel para darme la ducha merecida y cenar relajada en la terraza del Grand Hotel Angiolieri.



















Vietri Sul Mare, Amalfi y Ravello, 9 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana

Un día más, el sol sigue despuntando brillante, altivo, osado. Tremendamente osado.


Hoy el desayuno es más rápido y tras él, me voy a cruzar toda la carretera que cruza la costa amalfitana hasta llegar al último pueblo que la conforma, Vietri Sul Mare.


Todos los colores de la Costa Amalfitana, desde el azul profundo del mar, pasando por el verde brillante de los bosques, hasta alcanzar el naranja dorado de los cítricos, parecen encontrarse en Vietri, en sus esmaltes y en sus decoraciones cerámicas producidas desde el siglo XVII en esta bella localidad campestre.


Patrimonio de la Humanidad desde 1997, Vietri surge en una posición privilegiada entre las colinas y el mar. Este precioso pueblo, además de ofrecer una espectacular vista sobre el Mare Nostrum, está rodeado por una magnífica vegetación mediterránea.


Vietri es famosa desde hace siglos por la belleza de sus azulejos. En Vietri las cerámicas se funden con el paisaje. Se pueden admirar también los azulejos en las paredes exteriores e interiores de las casas y en las callejuelas del antiguo pueblo. De este modo, Vietri se convierte en un museo al aire libre, con numerosos talleres que exponen y venden objetos de cerámica que  alegran la vista al pasear entres sus calles. Entrar en cada establecimiento se convierte en un bálsamo de aire fresco convertido en arte tradicional para los sentidos. La explosión de color está asegurada y resulta gratificante. Fue inevitable terminar comprando cerámica para llevarme conmigo de vuelta a casa.


Hay una pequeña anécdota que tiene que ver con la tradición de la cerámica de Vietri y de la influencia que ha tenido en los alemanes que han permanecido en esta localidad de la región de la Campania tras el desembarco de la Segunda Guerra Mundial. Químicos habilísimos, los alemanes inventaron fórmulas con las que dieron vida a coloraciones de gran particularidad de la cerámica, consideradas únicas y entre la que destaca el famoso “giallo di Vietri” -amarillo de Vietri- que destaca en casi todas las decoraciones de las cerámicas que encuentro en las tiendecitas de esa localidad.


Tras terminar la mañana viendo y comprando preciosa cerámica artesana, a mediodía, y tras el viaje hasta Vieteri Sul Mare, llego a Amalfi para comer en el Restaurante Al Mare, del histórico Hotel Santa Caterina. Rodeado de limoneros y naranjos, es una idílica residencia en la que la luz, el espacio y el color son parte integrante de la arquitectura. Su terraza, repleta de buganvillas y glicinas, enmarca una de las vistas más hermosas de Amalfi. 



Sin duda, la combinación de la exquisita gastronomía de unos ravioli caprese y un lomo de lubina al horno con salsa de limón de Amalfi, junto con las impresionantes vistas a mar abierto, convierten este momento en un un recuerdo para la eternidad. Sin duda y hasta el momento, el restaurante Al Mare del Hotel Santa Caterina ha sido la mejor de las elecciones como experiencia en este viaje por la costa amalfitana.


Después de la comida, visito el casco antiguo y el centro del pueblo de Amalfi, que como toda la Costa Amalfitana, también está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Amalfi es una pequeña localidad que se encuentra en la boca de una profunda garganta al pie del Montes Cerreto, de 1.315 metros de altura, rodeada de acantilados. Puedo asegurar que Amalfi encandila desde que te adentras en ella. Fundada en el año 339 como puesto comercial durante la dominación romana de la región italiana de la Campania, Amalfi es un pueblo costero que afianza su fina y elegante estampa entre limoneros y se precipita hacia un mar antiguo por el que arribaron griegos, romanos, cruzados y también piratas. Pasear entre sus calles estrechas, subir sus escalones para alcanzar la siguiente esquina o entrar en cada tienda fue algo que me permitió relajarme admirando la cantidad de artesanía que en esta localidad se trabaja y siempre vinculada al limón. Prácticamente, podemos decir que Amalfi rinde culto a este maravilloso cítrico. Limones por todas partes, hechos jabón, convertidos en ambientador de hogar, en el propio limoncello e incluso en licor y crema de limoncello , y hasta limones de verdad pero de un tamaño impresionante que nunca antes había visto. Es algo único y que realmente te permite disfrutar de un paseo diferente.


Como si no fuera suficiente y plantando cara al calor, decido visitar la Catedral de San Andrés, en la piazza del Duomo, pleno centro de Amalfi. Esta catedral está dedicada al apóstol mencionado y data del siglo IX. Los frescos que aparecen representados en la ornamentación de su altísimo techo son realmente impresionantes. 


Me senté un rato en un banco de la catedral y me deleité hasta que mis cervicales ya no pudieron seguir aguantando la posición forzada de una cabeza totalmente girada hacia arriba con los ojos abiertos como platos. Sin duda, una catedral preciosa y no sólo por sus pinturas en el techo, sino también por toda su estructura, tanto interior como exterior. 


Se dice que en Amalfi, debido a sus limones y a los mil y un escalones que hay que subir y bajar para caminar por este precioso rincón del mundo, su población goza de una vida longeva y llega a edades avanzadas en muy buen estado de salud.


Estamos a 35 grados y el calor es sofocante pero la vista se deleita a cada paso y, a pesar del cansancio desde las 9.15 de la mañana cuando empecé mi ruta, decido poner rumbo a Ravello, uno de los destinos turísticos más populares y exclusivos de Italia. Y por supuesto, no podía ser menos así que  también declarado por la Unesco Patrimonio de la Humanidad.

Cuando llego a Ravello, me doy cuenta en seguida que se trata de un pueblecito medieval del que todavía se conservan maravillas como Villa Rufolo, construida en el año 1.270 por Nicola Rufolo en el borde de un acantilado. Nicola Rufolo era un adinerado comerciante de este pequeño municipio de la costa amalfitana. 
Pasear por dentro de esta magnífica villa te deja casi sin aliento, sus vistas panorámicas sobre el mar tirreno consigue erizarte la piel y cautivar la mirada hasta que dejas de respirar. No es de extrañar que este precioso lugar haya sido mencionado por  Giovanni Boccaccio en el Decamerón, y que haya sido también el lugar que sirvió de inspiración a Richard Wagner para el diseño de los escenarios de su ópera Parsifal de 1880.


Ravello ha sido históricamente lugar de retiro de artistas, músicos y escritores, como Boccaccio, Richard Wagner, Gore Vidal, Virginia Woolf y Greta Garbo, entre otros. Y hoy en día, Ravello es muy famoso por su festival de música clásica que tiene lugar cada verano entre los meses de julio y agosto. Sin duda, el escenario de Villa Rufolo tiene las mejores vistas que un escenario pueda ofrecerte en cualquier lugar del mundo.












































Sorrento y Positano, 10 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana

Esta mañana, y tras la caminata de ayer bajo un sol de agosto que no cesó en bajar de 35 grados en todo el día, decido relajarme por completo tumbándome al sol en la piscina del hotel con vistas a la península de Sorrento. Lectura, baños, sol y relax hasta la hora de comer en la propia terraza que hay un piso por encima de la piscina y que aún, si cabe, mejora las vistas debido a la altura.


Por la tarde, y tras reposar la comida, me propongo visitar seguramente el destino más bonito de toda la Costa Amalfitana, el impresionante pueblo costero de Positano. Esta localidad es simplemente bellísima, elegante entre todas, que se desparrama por la ladera de la montaña y vierte sus estrechas callejas a un mar tranquilo y hermoso. Es como un nido de pequeñas casas blancas y de mil colores cuyas pérgolas estallan de flores. Positano es parada obligatoria para el turismo de altos vuelos: sus anticuarios, galerías de arte,  restaurantes de estrella michelín y sus terrazas son innumerables.  

Positano es el destino turístico más importante de toda la costa amalfitana y esto lo hace un suave clima unido a un incomparable entorno natural que propició la llegada de turistas adinerados de toda Europa y Estados Unidos. Uno de los más ilustres visitantes del pueblo, el novelista norteamericano John Steinbeck, contribuyó a dar a conocer el atractivo del pueblo con su artículo de mayo de 1953 en el Harper's Bazaar: 

"Positano te marca. Es un lugar de ensueño que no parece real mientras se está allí, pero que se hace real en la nostalgia cuando te has ido".


La joya de la corona es el Hotel Il San Pietro di Positano, uno de los hoteles catalogados como más encantadores del mundo cuyo secreto es la armonía entre el lujo y la simplicidad. Situados en su terraza, por la noche se ve brillar el mar como un collar de perlas. El hotel y su restaurante Zass Estate está ubicado a una altura de 100 metros sobre el nivel del mar, y yace incrustado en la ladera de las rocas volcánicas. Alrededor, sólo encuentras mar, islas y unas vista panorámica de las coloridas casas de la villa de Positano. Es aquí donde esta noche ceno, y la experiencia es sublime. Un lujo en toda regla. Desde la atención del personal de cocina y del restaurante,pasando por la gastronomía y terminando por el entorno es una experiencia única. Si bien, como contrapartida, cabe decir que la música en directo con que acompañan las veladas deja, bajo mi opinión, bastante que desear. Más les valdría poner un jazz de fondo o un piano tranquilo que hiciera la cena más placentera y relajada. A la falta de la calidad de la música, cabe destacar que a pesar de tener la reserva hecha, tuve que presentar la confirmación que recibí por parte del restaurante por escrito porque no les constaba mi reserva y como broche final, el calor esta noche ha sido desbordante. A las 22.00 horas estábamos aún a 31 grados de temperatura y, si quieres disfrutar de las vistas de una terraza impresionante, tienes que olvidarte del aire acondicionado. 


Aún mencionando estos pequeños incovenientes, sin duda es un lugar que merece la pena descubrir aunque sólo sea por deleitarse con las impresionantes vistas de este hotel.



Llego al hotel sobre las 23.15 horas y es hora de descansar. Mañana hay que madrugar. Llega el gran destino: la bellísima y elegante isla de Capri.


















Capri, 11 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana

Las 7.00 a.m y el despertador suena con ganas de hacerse notar. Hora de levantarme. Tengo que estar a las 9.00 en el puerto de Sorrento para coger el ferry que me dejará tras un trayecto de 25 minutos en Capri. Famosa por sus maravillosas bellezas naturales, su historia milenaria, su clima suave y su paisaje luminoso y salvaje, la isla de Capri es una de las metas preferidas por la jet set internacional.


Capri, el refugio de las sirenas, según Homero, fue el destino favorito de los emperadores romanos. Augusto se construyó una villa de recreo con vistas al mar Tirreno, pero fue su sucesor, Tiberio, quien se reitiró a Capri el año 27 D.C. y en la cima del Monte tiberio construyó Villa Jovis, escenario de las más depravadas orgías según Suetonio. Mil novecientos años más tarde, este lugar se convirtió en Il Fortino, la casa favorita de Mona von Bismark.

Por aquel entonces, Capri ya había sido tomada por algunos aristócratas que encontraron en esta isla un refugio ideal. Hubo una nutrida colonia de escritores británicos, liderados por Somerset Maugham, a los que poco después se unió Graham Green. Tras la Segunda Guerra Mundial, llegaron los norteamericanos, entre los que destacaron los jovencísimos Truman Capote, Gore Vidal y su mentor Tennessee Williams. En los años 50, ya se había convertido en el destino favorito de la jet-set internacional. 
También fue en Capri donde encontró exilio nuestro querido Pablo Neruda y donde forjó un amor romántico y sincero con Matilde Urrutia, con quien se casó en la propia isla abandonando Neruda a su primera esposa y contrayendo, así, sus segundas nupcias en esta preciosa isla.
Por la mañana, playa y paseo en Marina Piccola. El mar Tirreno ha moldeado su perfil encrestado a lo largo de los siglos, aunque fueran tal vez los dioses quienes decidieran dibujarla así, tan perfecta, para que sus hijos predilectos pudieran gozar plenamente de ella. Augusto amó a Capri y también la amó Tiberio. Ambos elegían siempre para sus desembarcos la Marina Piccola, puerto y playa, playa y puerto, de reducidas dimensiones, como bien hace suponer su nombre, pero capaz de despertar grandiosos deseos a lo largo de la historia. Y no sólo en emperadores. Enmarcada por acantilados rocosos, este fue, durante los años 50 del pasado siglo, el rincón favorito de las grandes estrellas de Hollywood, que se sentían a salvo aquí de las indiscretas cámaras de los paparazzi. Mar azul, casas blancas, cielo azul, la isla de Capri es un destino soñado, un refugio para los elegidos.

La mejor forma que encuentro para acceder a la Marina Piccola, localizada a los pies mismos del monte Solaro, es a través de la vía Krupp, llamada así en honor del industrial alemán que decidió construirla. Friedrich Alfred Krupp era, a finales del siglo XIX, un magnate del acero, y de su fábrica salía buena parte del armamento que abastecía a los países de Europa. Gracias a ese éxito, Krupp solía disfrutar de largos periodos vacacionales, la mayor parte de los cuales transcurrían en la isla de Capri. Un día se le ocurrió que podría unir el interior con la costa mediante la construcción de un camino que, de alguna manera, pudiera sortear el imponente acantilado. Este paseo peatonal en zigzag, construido en el año 1902, está considerado actualmente no solo una gran obra de ingeniería, sino una auténtica obra de arte que permite disfrutar de unas vistas realmente privilegiadas antes de poner un pie en la arena. Una arena en la que Krupp solía descansar a la espera de la llegada de los barcos científicos preparados para el estudio de la biología marina, su gran pasión. Aunque en la playa, parece ser, había sitio para otros placeres mucho más mundanos: cuentan, dicen, que el industrial alemán también acondicionó en Marina Piccola una cueva para celebrar reuniones sociales que acababan a altas horas de la madrugada transformadas en festivas orgías. Pero mucho, mucho antes que Friedrich A. Krupp, hubo alguien que también descubrió los encantos pecaminosos de Marina Piccola. 


Situémonos en la playa. A la derecha queda la Marina de Mulo, que se extiende hasta alcanzar la punta del mismo nombre. A la izquierda, la Marina de Pennauro, que se prolonga hacia las siluetas de los farallones. Pues bien, justo en medio, el escollo de las Sirenas actúa como si se tratara de una verdadera división natural entre ambas. Si esta formación rocosa recibe tal nombre es porque hay quien ha tratado de ver en ella el lugar exacto en el que vivían esos fantásticos seres que en "La Odisea de Homero" trataban de seducir, con sus seductoras voces, a Ulises y a su tripulación durante su largo viaje de regreso a Ítaca. nas panorámicas en las que el horizonte se ve quebrado por la presencia de tres colosos de piedra que emergen de las profundidades. Son tres enormes picos rocosos, de más de cien metros de altura, fruto de la erosión del viento y el mar. Las gaviotas sobrevuelan ligeras sus cimas. El más cercano de los picos a tierra firme se llama Stella, y el más lejano Scopolo, que quiere decir algo así como promontorio que mira al mar. El del medio, Mezzo, cuenta con un arco central por el que pasan los barcos para deleite de los turistas.


El calor es intenso, así que me zambullo en el agua en varias ocasiones. Una temperatura excelente, así que el chapuzón es más que agradable y satisfactorio para reponerme de una piel tan encendida por el sol como de la emoción que siente mi alma por este paisaje de ensueño.

La mañana transcurre y cuando me doy cuenta son casi las dos de la tarde, así que me acerco a una terraza con sombra llamada Syrene, porque está ubicada precisamente en famoso escollo de las sirenas, justo con vistas a la Marina de Mulo eentro de la preciosa cala en Marina Piccola. Algo de bonito marinado, unos pulpitos braseados con alcaparras, cebolla y salsa de pimiento rojo y unos tagliatelle con langostinos especiados hacen la delicia de mi paladar.

Tras la comida, regreso al hotel para darme una ducha y un breve descanso de no más de una hora. 


Empieza la tarde.


En la antigua Piazzetta Central de Capri, saturada de exclusivas boutiques, estrellas de Hollywood como Grace Kelly, Rita  Hayworth, y también iconos como Brigitte Bardot, Greta Garbo, Maria Callas o Jacqueline Kennedy, realizaban sus compras y tomaban sus aperitivos.

Hoy, el relevo viene de la mano de Sofía Loren, Harrison Ford,Valentino, Armani o Tom Ford.

Pasear por el casco antiguo de Capri es una experiencia absolutamente deliciosa. Tiendas exclusivas de las más reconocidas marcas, pero también de artesanía, de souvenirs selectos, de licores, es todo un espectáculo sensitivo. 


De la Piazzetta, me adentro en la Via Camerelle para visitar la famosa Carthusia-Profumi di Capri con algunos de los perfumes más exclusivos del mundo que incluso llegan a ser objetos coleccionables de alto valor y que están fabricados exclusivamente con aromas naturales de la isla, por lo que son inimitables. Muchos de ellos incluso son de edición limitada. Aunque no está al alcance de todos los bolsillos, vale la pena hacer un pequeño esfuerzo para hacerte con aquel que consiga cautivar toda tu atención. Y si no, como mínimo, visitar la tienda es en sí mismo un acto de recreación sublime para los sentidos. Como era de esperar, no me resistí y terminé comprándome un perfume concentrado de Flores de Capri, cuyo aroma me traspasó el alma sólo percibirlo en apenas una muestra que una de las dependientas me ofreció.


La siguiente parada la hice en la Via di Roma, para visitar la tienda Limoncello de Capri, donde todos los productos son un delicatessen hechos con limoncello de la isla, ese licor propio de la costa amalfitana hecho de cáscara de limón y fabricado por la familia Canali, oriunda de la propia isla. Terminé comprando algo de chocolate con limón, mermelada de limón e incluso algunos jabones de cítricos para perfumar que perfuman el ambiente.


El broche de oro de hoy llega con la cena que celebro en el Ristorante Il Geranio, que ofrece no sólo una gastronomía italiana y mediterránea exquisita, sino también un entorno bien elegido y unas vistas sobre el mar Tirreno que permiten distinguir uno de los picos rocosos de Marina Piccola. Realmente impresionante.


A media velada, aparee un señor con una guitarra española que ameniza cantando en italiano canciones clásicas que todos conocemos y que termina convirtiendo una noche que ya era excelente en sublime.


Las sirenas del glamour siguen cantando en las rutas de Capri, pues pocos lugares pueden presumir de tanta historia, tanta belleza, literatura y cine.


Es tardísimo, toca regresar el hotel. Llega el merecido descanso.



























Capri, 12 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana

Otra vez el despertador. A las 8.30 estoy desayunando un croissant de mantequilla con toque de limón,  unas tostadas con mantequilla y un capucchino que me dan la energía suficiente para encarar el camino de hacia Villa Jovis.


Emprendo, con paso decidido y a un ritmo ni rápido ni lento, el camino que desde el centro de Capri me lleva hasta la famosa Villa Jovis. Desde la plaza Umberto I nos dirigimos hacia las calles que abandonan la población de Capri para acercarnos al monte Tiberio y a la famosa Villa Jovis, antigua residencia del emperador romano Tiberio. Se trata de un recorrido de una hora aproxidamente que discurre por olivares, mansiones y vistas a los acantilados que se enfrentan cara a cara con la cercana península sorrentina. La mayor parte del recorrido discurre entre callejuelas estrechas y villas privadas que son un homenaje al buen gusto y a la elegancia. A medida que nos alejamos de la Piazzeta de Capri y vamos tomando altura, podemos empezar a disfrutar de las vistas a la Marina. Más adelante, ya muy cerca de Villa Jovis, un señor de avanzada edad muy amable y que me habló en un italiano mezclado con español y con también con inglés, me insistió en que entrara a conocer unos jardines de entrada gratuita donde pude contemplar el flanco sur y sus precipicios no aptos para viajeros con vértigo. Sin duda un regalo para la vista que no tenía previsto en el camino. La parada, a pesar de llevar ya 45 minutos caminando cuesta arriba, para visitar este pequeño sendero ajardinado y con vistas panorámicas merece muchísimo la pena. Al final, casi ha resultado parada obligatoria.

Cuando seguí el sendero, llegué a Villa Jovis tan sólo unos diez minutos más tarde de la parada en los jardines.

La Villa Jovis es la residencia más grande que construyó el emperador Tiberio en la isla de Capri. Hoy en día se encuentra prácticamente en ruinas aunque la gran extensión del terreno nos puede dar una idea de la enorme construcción en su época. Es impactante pisar el mismo suelo que los romanos y el Emperador Tiberio, también Augusto -de quien Tiberio fue sucesor- han pisado hace 2000 años.

Justo al traspasar la entrada principal, me acerco a la derecha y puedo observar un impactante precipicio con vistas al mar. Lo llaman el salto de Tiberio y la leyenda -o la historia tal vez- cuenta que el emperador pasaba días tras los adolescentes más bellos, y una vez saciaba su apetito sexual los muchachos se suicidaban lanzándose al mar desde este lugar. Probablemente el eco ha seguido fomentando el mito a través del lamento que parece oírse desde las barcas de pescadores que merodean la zona.
Lo mejor de Villa Jovis hoy en día son las fenomenales vistas que encontramos desde aquí arriba hacia el golfo de Nápoles, la península sorrentina y parte de la misma isla de Capri. La ubicación de esta antigua residencia romana ostenta la extraña y magnífica particularidad de gozar de una vistas de 360 grados al mar. La experiencia y la caminata de una hora para llegar tienen una recompensa más que agradable. Sin duda, es imposible obviar esta visita si te alojas en Capri por un par de días.

Emprendo el camino de vuelta, otra hora por delante pero esta vez de bajada, y el camino, a pesar de estar más cansada, se hace más rápido y en 40 minutos alcanzo de nuevo el entro de Capri. Me siento en la famosa Piazzeta y decido comer algo rápido antes de adentrarme por sus calles estrechas llenas de tiendas y hacer algunas compras. Es irresistible pasar por delante de ellas y no caer en algún  momento en la tentación.

Tras las compras, regreso al hotel para darme una ducha y descansar un ratito antes de volver a salir esta vez para descubrir el otro extremo de la isla, Anacapri. Aquí, como en Capri, también es un lugar idóneo para ir de compras así como para  pasear por sus callecitas. Tenía previsto descubrir L'arte del sándalo Caprese, en la calle Giuseppe Orlandi, que ofrece la mejor selección de sandalias hechas a medida y a mano en cuestión de una hora u hora y media, de la mano del fabricante Antonio Viva. 

Qué bonita es esta isla, sin duda un lugar de ensueño al que algún día, tendré que volver.


El colofón de mi experiencia en Capri pasa por una cena en el Restaurante Terrazza Brunella con unas vistas impactantes sobre el mar Tirreno. Sin embargo, antes de empezar la cena, disfruto de una copa de prosecco blanco a la luz de las velas del restaurante. Es un vino espumoso típico de Italia que realmente consigue abrirte el apetito.



Una velada excelente con gastronomía totalmente mediterránea.























Nápoles, 13 de agosto de 2017 - Costa Amalfitana

Hoy he madrugado un poquito más. Me espera el ferry de vuelta a Sorrento. Una vez alcanzo tierra firme tras despedirme de Capri, tengo una hora y media de coche hasta llegar a Nápoles.  Llego a mi hotel el Palazzo Caracciolo Napoli y hago rápidamente el check-in para empezar mi ruta de hoy.

Nápoles tiene un aura especial. El gigante Vesubio, con su dramático pasado, preside la ciudad y prácticamente se observa su silueta desde cualquier punto de la capital de la Campaña. Los estereotipos clásicos de Italia ganan resonancia en Nápoles donde las motos circulan por todos lados, las pizzerías cuentan con largas colas de clientes y se comen con rapidez, al más puro estilo expresso, y el arte se encuentra en las calles, como si de un museo al aire abierto se tratara.
Me dirijo a la Plaza del Plebiscito de Nápoles. Ubicada en el corazón de la ciudad, con una superficie de unos 25.000 metros cuadrados, a la plaza se asoman algunos de los edificios históricos más importantes de Nápoles, como el Palacio Real, la Basílica de San Francisco de Paula, el Palacio de la Prefactura y el Palacio de Salerno. En 1994, en ocasión de la 20ª Cumbre del G-7, el alcalde Antonio Bassolino la convirtió en zona peatonal (antes se usaba como aparcamiento público dada la alta densidad de tráfico de la ciudad). Desde ese momento, la Plaza del Plebiscito se ha convertido en el escenario de los principales eventos de la ciudad, desde mitines electorales, conciertos y emisiones televisivas en directo hasta ceremonias públicas. Tradicionalmente cada año, en el período navideño, se instalan en el centro de la plaza obras de artistas contemporáneos, como Mimmo Paladino, Richard Serra y Rebecca Horn. En mayo de 2013, Bruce Springsteen dio un espectacular concierto en la plaza.
Tras esta visita que no dura más de 20 minutos, el tiempo suficiente para cruzar la plaza y observar todos sus ángulos, me dirijo a un pequeño local de pizza artesana que para hacerme con una pizza marinara y otra pizza margherita, ambas para compartir, y de paso reposar algo del calor mientras me deleito con la auténtica pizza napolitana.
Por la tarde, y tras la comida que no me lleva más de 45 minutos, pongo rumbo a pie para visitareal centro histórico de Nápoles.  Lo primero que veo son la estrechez de las calles y la cantidad de puestecitos que en ellas hay que venden souvenirs y artículos de todo tipo prácticamente orientado al turista. Caminando me encuentro de frente con  la Piazza del Gesù, donde una gran estatua de bronce de la Virgen Inmaculada preside la plaza. En el interior de la iglesia se encuentran monumentales obras renacentistas pero está cerrada a la hora en la que paso por la plaza y no puedo acceder. Continúo mi camino a pie por el casco antiguo hasta que alcanzo la Chiesa di San Domenico Maggiore, en la plaza que lleva el mismo nombre. Con un marcado legado del barroco y un buen número de reyes de la corona de Aragón descansando bajo sus piedras, cuando entras en esta basílica realmente se te eriza la piel. Es impresionante descubrir la altura de sus techos, la luz que entra por las vidrieras de colores, y la majestuosidad con la que esta iglesia es capaz de acaparar toda la atención de quien la pisa.

Sorprendida gratamente por este encuentro religioso, continúo caminando por la Via Duomo hasta llegar, cómo no podía ser de otra manera, al Duomo di Napoli. Si la basílica de San Domenico Maggiore es imprescindible para quien visita esta ciudad del sur de Italia, el Duomo es el colmo de lo imprescindible. Sus paredes fueron levantadas durante el siglo XIV por la casa de Anjou. En el interior de la catedral se contempla la zona del subsuelo con interesantes superposiciones de distintas épocas con el legado griego, paleocristiano, romano y gótico. El Duomo di Napoli alberga el baptisterio más antiguo de Occidente y sus techos, con frescos impresionantes de vivos colores son un deleite para la vista. Realmente, es una catedral preciosa que, a pesar del cansancio del viaje de Capri a Sorrento y de Sorrento hasta Nápoles, más la visita a la Plaza del Plebiscito, consigue avivar mis sentidos y emocionarme el alma con tanta belleza por todas sus esquinas.


El día empieza a pasar factura y es hora de regresar al hotel, la ducha de rigor y un descanso es necesario para terminar el día con una cena en el Ristorante Il Comandante, dentro del Romeo Hotel. Con una estrella michelín a la mejor comida napolitana, este restaurante me ofrece un espectáculo no sólo gastronómico, sino también visual con unas bellísimas vistas sobre la bahía de Nápoles.

El ambiente es refinado y la decoración del lugar es absolutamente cosmopolita y vanguardista con un esmerado cuidado en los detalles.
Probablemente, después de un día intenso, la cena de hoy me ha sabido mejor que cualquier otra noche.





































Nápoles, 14 de agosto de 2017- Costa Amalfitana

A  las 8.00 suena el despertador. Me pongo en pie y rápidamente estoy lista para el desayuno, tras el cual, voy directa al famoso Teatro di San Carlo (Teatro de la Ópera de San Carlos). Excelente elección.


Majestuosidad, elegancia, historia.


El Teatro di San Carlo es el teatro más famoso de Nápoles y uno de los más famosos del mundo. Fue inaugurado el 4 de noviembre de 1737 y es, por tanto, el teatro de ópera activo más antiguo del mundo. Carlos III de España, rey también de Nápoles y Sicilia, quiso un nuevo teatro en Nápoles para sustituir el de San Bartolomeo, y el teatro se construyó en solo 9 meses llevando su nombre. El Teatro de San Carlos fue expresión de la Escuela napolitana de música, famosa en toda Europa por su ópera bufa con autores como Cimarosa y Paisiello. El teatro también poseía una de las orquestas más grandes del mundo. En 1816 el teatro se incendió y el rey Fernando I encargó la reconstrucción del teatro a otro arquitecto que dejó su sello personal ampliando además el escenario considerablemente.


Tras la visita a la ópera, paseo por el Barrio español. A partir de la bonita vía Toledo, una de las más bonitas de Nápoles, se abre el llamado barrio español en recuerdo a los siglos comprendidos entre el XVI y XVIII, durante los cuales la ciudad de Nápoles fue dominada por los españoles. Esta zona se levanta sobre el mar y ofrece una fácil orientación a través de sus calles cuadriculadas, todo lo contrario de la caótica estructura del casco antiguo. Merece la pena deambular por sus calles y fijarse en los pequeños detalles como la gran variedad de puestecitos que te ofrecen souvenirs por todas partes, capillas en cada esquina, las largas colas en las pizzerías para comer de pie mientras se camina, pequeños comercios de todo tipo, gentes sacando sus sillas a la calle y conversando los unos con los otros. El barrio español ofrece esa quintaesencia canalla, tradicional y simpática que habitualmente los estereotipos colocan a los italianos.

Paseando por la Vía Toledo, alcanzo el barrio de San Giuseppe que contínua siendo igual de caractarístico y donde, además, está el acceso a la Nápoles subterránea, pero mis pies piden tregua y decido sentarme a comer algo de pasta en una trattoria napolitana llena de color con sus montones de tiestos con flores multicolor.
Tras la comida, un merecido descanso en el hotel y hacia el atardecer, cuando el sol empieza a caer, un taxi me lleva hacia  el que fue el primer restaurante de estrella michelín en Nápoles, el Ristorante Palazzo Petrucci. El restaurante fue abierto en lo que antes eran las cuadras del histórico Palazzo Petrucci, en la Piazza San Domenico Maggiore, y toma su nombre del lugar que acogió, lugar histórico, siempre el escenario de conspiraciones, secretos y misterios. 
En diciembre de 2008, obtuvo un gran logro siendo reconocido con una estrella Michelin por la guía del mismo nombre, fue así el primer restaurante estrellado en Nápoles. 

En enero de 2016, después de 9 años de actividad en la Piazza San Domenico Maggiore, el restaurante cambia su sede y cambió su ubicación abriendo sus puertas en la playa de Villa Donna Anna en la Vía Posillipo, pasando de ocupar un edificio histórico a otro, y abriendo así a nuevas alturas y un público mucho más selecto y exigente.



Sin duda, la noche ha sido perfecta y no sólo por la exquisitez de sus platos, sino también por el ambiente siempre de refinados modales y de excelso gusto por alcanzar la perfección.




























Roma, 15 de agosto de 2017

Las 7.00 a.m. Y toca ponerse en pie. Tras un desayuno no muy largo, salgo  temprano hasta Roma. Tengo por delante un viaje de 227 kilómetros hasta alcanzar el hotel donde terminaré mis viaje por Italia, el Glam Hotel.
Es algo más de medio día cuando llego a mi destino y estamos a 35 grados a la sombra, pero aún y así tras hacer el check decido plantarle cara al calor con unos pantalones cortos y una camiseta negra holgada de hombros descubiertos y cuello de barca que me permitirá llevar esta temperatura de la forma más cómoda posible dentro de lo que una ciudad como Roma te lo permite.
Paseo por el famoso y emblemático barrio del centro histórico Trastevere, ubicado en el lado oeste del río Tíber. Su nombre viene el latín Trans Tiberis, -Tras el Tíber-. Este mítico barrio de la ciudad mantiene su gracia peculiar con sus calles adoquinadas con sampietrini (típico adoquinado del centro de Roma), y en él predomina un tipo de edificación de casas populares medievales. Transformado en un centro turístico al final de la Segunda Guerra Mundial, por la noche sus estrechas y serpenteantes calles están llenas de gente a causa de la gran cantidad de trattorias que es posible encontrar en el Trastevere, sin olvida las terrazas improvisadas de verano que se establecen en la orilla del río Tíber. Un paseo por las estrechas calles empedradas muestra tesoros ocultos como algunas modestas iglesias medievales, pequeñas tiendecitas con los objetos más peculiares, o bien algunas escenas de la vida cotidiana que parecen sacadas de siglos pasados.
La vida en este barrio se concentra especialmente alrededor de la Piazza di Santa María in Trastevere, en la que se encuentra la antiquísima Basílica de Santa María en Trastevere, construida en el siglo XII sobre una iglesia primitiva fundada en el siglo III por el Papa Calixto. Cuando entro en ella, suena de fondo una música religiosa que y la luz del sol cae en vertical desde las vidrieras más altas ubicadas en la parte superior de las paredes y en la propia cúpula sobre el altar. Parece una cuadro impresionista pintado en una época en la que aún no se había inventado este movimiento, pero tan real que tengo la impresión de estar contemplando una auténtica obra de arte.Desde la plaza se extienden algunas de las calles más animadas del barrio, como Via della Lungaretta, por la que deambulo hasta alcanzar un pequeño restaurante que me permitirá reponer algo de fuerzas tras el viaje y el breve paseo para luego continuar. A mediodía, las callejuelas del Trastevere se llenan de las mesas de osterias y trattorias. Opto por una pizza vegetariana cuyas calorías siempre son inferiores a las que combianan carne, embutidos o incluso huevos ya sean hervidos o fritos.
De día, el Trastevere es sosiego, paseos tranquilos y el murmullo de la televisión escapando de la ventana abierta de las casas bajas; a partir del mediodía, y en especial por la noche, el Trastevere es bullicio, aperitivos, copas y la luz cálida de los restaurantes donde cenar. 

El paseo es agradable aunque el calor empieza a hacer mella, así que finalmente, tras alcanzar calle tras calle, adoquín tras adoquín el río Tiber y cruzar uno de los puentes que une sus dos orillas, emprendo el camino de vuelta al hotel para tomar la merecida ducha y un breve descanso antes de salir a cenar de nuevo al mítico barrio. Hoy tengo la mesa reservada en el emblemático Restaurante Antica Pesa, que con casi un siglo de antigüedad, fue fundado en 1922.
En los años 600, la Via Garibaldi de Trastevere era el puesto de aduana del Estado Pontificio donde se recaudaban los impuestos sobre el trigo. Aquí, el ex oficial de aduanas decidió establecer una taberna que proporcionaba pan y vino a los muchos agricultores que venían a pagar sus impuestos. Esto explica el curioso nombre de "Antica Pesa", acuñada a finales del siglo XIX, cuando su función original de costumbres fue sustituida por la de una auténtica taberna. Fue en 1922, con la primera de las cuatro generaciones de la familia Panella, cuando se transformó en una "taberna con cocina", convirtiéndose de hecho en un verdadero restaurante. Sólo después de los años sesenta comenzó una lenta evolución, que transformó la vieja taberna de barrio en un restaurante reconocido en toda la ciudad. Por este restaurante han pasado personajes como Al Pacino, Charlize Theron, Mick Jagger, Quentin Tarantino, Madonna, Benicio del Toro, Scarlett Johanson, Matthew Mc Conaughey, Pedro Almodóvar, Leonardo Di Caprio, Robert de Niro, Silvester Stallone, Daniel Craig, Sofia Loren, Russel Crowe, Anthony Hopkins y una lista mucho más extensa de artistas.

La experiencia es auténticamente italiana. La gastronomía elegida por mi parte consiste en unos fetuccini impresionantes aderazados con verduras muy bien cocinadas y una lubina con pimientos de padrón asados que hacen de mi deleite una verdadera experiencia distinta a la que hasta ahora había probado.

Una terraza excelentemente decorada a la luz de la velas y una atención amable y empática por parte de los camareros que atienden a los clientes. Me sentí como una habitante más de Roma si no fuera porque en el Restaurante no había ningún italiano y todos éramos extranjeros de un poder adquisitivo medio alto o alto. La verdad es que es probable que la pasta sea preferida algo más al dente por los italianos, y también por mí, pero aunque no esté lo suficientemente cruda, los aderezos y las salas son demasiado buenas como para renunciar a no probarlas en un restaurante como este.  Sin olvidar, por supuesto, el detalle por el romanticismo que ofrece el resto del decorado fuera de la gastronomía.



Floto, y es hora de dormir.

























Roma, 16 de agosto de 2017

Son las 8.00 de la mañana, hora de empezar el día.


Un desayuno bajo en grasas y pongo rumbo a pie hacia el guetto judío y las sinagogas. Los judíos llegaron a Roma a partir del siglo II a.C. y vivieron en libertad hasta el año 1555, fecha en la que el Papa Pablo IV los condenó a vivir aislados en un pequeño barrio amurallado situado entre la ribera del río Tíber y la Piazza Venezia. La bula papal les prohibía desempeñar algunas profesiones así como casarse con cristianos. Además, eran obligados a identificarse llevando una prenda amarilla. A partir de la reunificación de Italia, el guetto se abrió nuevamente pero miles de judíos fueron deportados a campos de concentración y de exterminio nazis. Hoy todavía se conserva una parte de este lugar aunque nada comparado con lo que fue en el pasado. Sin embargo, vale la pena dedicar una hora a callejear por sus estrechas callecitas y contemplar aunque sólo sea un par de minutos la fachada de la gran sinagoga.


Transitando por sus calles pongo rumbo  la famosa  Piazza Navona, donde la majestuosidad de sus fuentes y estatuas acaparan por largo tiempo toda mi atención. Bajo un sol de justicia es complicado detenerse pero el deleite es tanto que es inevitable hacerlo. De camino a la Piazza Navona, hice antes una pequeña parada en el Campo di Fiori, una plaza con un pequeño mercado donde encuentro desde pasta, aceites y productos gourmet artesanos hasta los típicos souvenirs que casi encuentras en cualquier calle de la ciudad. Tras la visita de la Piazza Navona, por una de sus calles del lado derecho camino hasta toparme de frente con la Piazza Sant’ Eustachio, donde pruebo en la cafetería que lleva el mismo nombre que la plaza, uno de los mejores cafés de la ciudad.


Aunque los 34 grados de temperatura me piden tregua, me doy cuenta que debo continuar. No es demasiado el tiempo que estoy en la ciudad y me he marcado una ruta que tengo intención de cumplir, así que tras este pensamiento casi en voz alta, sigo caminando en dirección a la famosa  e impresionante Piazza di Spagna.

Al pie de la escalinata y en su centro, encuentro la famosa  Fontana della Barcaccia (Fuente de la Barcaza), del barroco temprano y esculpida por Pietro Bernini e hijo, el célebre, Gian Lorenzo Bernini. Al sur de la fuente se encuentra la columna de la Inmaculada Concepción.

Tras deterneme en ella en un pequeño rincón de sombre, observo la monumental escalinata de 135 peldaños que fue inaugurada por el papa Benedicto XIII  en 1725; la construcción de la misma se llevó a cabo gracias a aportaciones de la Casa de los Borbones franceses de 1721-1725 para conectar la embajada española borbónica - de ahí el nombre de la plaza-, con la Iglesia de Trinità dei Monti que está ubicada al final de la escalinata y que vale la pena visitar por un momento no sólo para admirarla, sino también para tomar asiento y reponer fuerzas tras el esfuerzo de una buena subida a pleno sol. En la esquina derecha de la escalinata, se encuentra la casa del poeta inglés John Keats, que vivió y murió en el lugar en 1821, hoy convertida en museo dedicado a él y a su amigo Percy Bysshe Shelley, ambos figuras del Romanticismo inglés.


Ahora, mi cuerpo pide a gritos una tregua, asi que en metro me dirijo hasta la estación que me deja cercana a la Basílica de San Pietro in Vincoli, construida en el siglo V para albergar las cadenas con las que San Pedro fue encarcelado en Jerusalén. Aunque antes, me detengo a comer unos penne all'arrabbiatta en un restaurante pequeño y típico italiano que está muy próximo a la iglesia.


En esta basílica, fresca y de tamaño medio, me quedo sin aliento cuanto encuentro en su ala derecha Moisés de Miguel Ángel. Sin duda, hasta el momento uno de los momentos que mi retina guardará por muchos años. Es impactante su bellez


Tras la foto de rigor, me dirijo hacia la cripta principal de la basílica para ver las famosas cadenas con las que se encarceló a San Pedro. Según cuenta la leyenda, la emperatriz Eudoxia, esposa del Emperador Valentiniano II, ofreció las cadenas como regalo al papa León I el Magno. Cuando éste las comparó a las cadenas del primer encarcelamiento de san Pedro en la cárcel Mamertina en Roma, las dos cadenas se unieron milagrosamente. Así fue como estas cadenas se guardan en un relicario bajo el altar principal de la basílica.

Me cuesta creer firmemente en que realmente sean las cadenas, pero sin duda verlo merece la pena, porque si es una verdad, está claro que estoy presenciando un milagro.

Son las 15.30 de la tarde y hace un sol de justicia que no da tregua y hace que la temperatura siga altísima, así que por hoy doy por finalizada la ruta y emprendo rumbo al hotel al reposo del calor para emprender con ganas renovadas la cena de esta noche en el precioso Ristorante Mirabelle. Este restaurante está considerado a nivel gastronómico como uno de los mejores  de la ciudad eterna, tanto por su clase y elegancia como por la indiscutible cocina y profesionalidad de Bruno Borghesi. Desde el principio, se consolidó como un punto de encuentro privilegiado, donde está la casa del bello mundo de la cocina italiana e internacional. Cuenta con una de las más bellas y elegantes terrazas "gourmet" de Roma, en el séptimo piso del hotel, con unas grandes ventanas que se abren a una vista impresionante y que me emocionan sobremanera de una forma que  no puedo explicar. Mi experiencia es sin duda, una auténtica y sublime revelación para mis sentidos. La alta cocina italiana se funde con una excelente decoración y una atención exquisita que convierten la noche en un recuerdo imborrable para el resto de mis días. 



Siempre será la cena de mi viaje por Italia, en el más bonito mirador de Roma.






















Roma, 17 de agosto de 2017

A las 9.30 empezamos la visita guiada por la Ciudad del Vaticano, Capilla Sixtina y Basílica de San Pedro. Es un país soberano sin salida al mar, y es el país más pequeño del mundo, con una población de aproximadamente 800 habitantes. La Ciudad del Vaticano comenzó su existencia como Estado independiente en 1929.

La Capilla Sixtina originalmente servía como capilla de la fortaleza vaticana. Conocida anteriormente como Cappella Magna, toma su nombre del papa Sixto IV, quien ordenó su restauración entre 1473 y 1481. Desde entonces la capilla ha servido para celebrar diversos actos y ceremonias papales. Actualmente es la sede del cónclave, la reunión en la que los cardenales electores del Colegio Cardenalicio eligen a un nuevo papa. La fama de la Capilla Sixtina se debe principalmente a su decoración al fresco, y especialmente a la bóveda y el testero, con el El Juicio Final, ambas obras de Miguel Ángel. Cuando me adentro en ella se me eriza la piel en el primer instante en que mis ojos se quedan clavados en los colores y en la perfección de las pinturas de Miguel Ángel. Decir que es una obra de arte es poco, realmente es algo extraordinario difícil de explicar con palabras.
Tras la visita a la Capilla Sixtina, me dirijo a la Basílica de San Pedro, que cuenta  con el mayor espacio interior de una  iglesia cristiana en el mundo, abarcando una superficie de 2,3 hectáreas en su totalidad. La altura que le confiere su cúpula hace que su figura domine el horizonte de Roma. Es considerada como uno de los lugares más sagrados del catolicismo. En la tradición católica, la basílica se encuentra situada sobre el lugar de entierro de san Pedro, que fue uno de los doce apóstoles de Jesús de Nazaret, primer obispo de Antioquía, primer obispo de Roma y, por lo tanto, el primero de los pontífices. La tradición y las evidencias históricas y científicas sostienen que la sepultura del Santo está directamente debajo del altar mayor de la basílica. Decidí visitar su cripta cuando terminé mi admirado recorrido por esta impresionante basílica. Piel erizada, silencio en el alma y el corazón palpitando con intensidad. 

Estoy agotada porque llevo más de 3 horas caminando haciendo un recorrido de paso lento por el Museo del Vaticano, la Plaza y la Basílica de San Pedro, pero no puedo irme sin subir a la cúpula para divisar las vistas de la ciudad del Vaticano y de Roma desde una perspectiva de altura. A pesar de la cantidad de escalones estrechos y en forma de caracol que me veo obligada a subir, el momento merece la pena.


Exhausta al terminar mi visita, tomo un taxi en dirección de la Fontana di Trevi, aunque antes hago una parada rápida para comer algo ligero.


Con casi 40 metros de frente, la Fontana di Trevi es la mayor, más ambiciosa y más famosa de las fuentes monumentales del Barroco en Roma. La fuente está situada en el cruce de tres calles , marcando el punto final del Aqua Virgo (Acqua Vergine), uno de los  antiiguos acueductos que suministraban agua a Roma. Con la supuesta ayuda de la Virgen, los técnicos romanos localizaron una fuente de agua pura a sólo 22 km de la ciudad (escena representada en la actual fachada de la fuente). Esta Aqua Virgo corría por el acueducto más corto de Roma directamente hasta los Baños de Agripa y fue usada durante más de cuatrocientos años. El golpe de gracia a la vida urbana de la Roma clásica tardía fue la rotura de los acueductos por parte de los asediadores godos. Los romanos medievales quedaron reducidos a sacar el agua de pozos contaminados y del río Tíber, que también se usaba como cloaca. En 1629, el papa Urbano VIII pidió a Gian Lorenzo Bernini que esbozase posibles renovaciones de la Fuente, pero el proyecto fue abandonado a su muerte. La Fontana di Trevi fue terminada en 1.762 por Giovanni Paninni, quien sustituyó las suaves alegorías presentes por esculturas planas de Agripa y Trivia, la diosa romana. Impresionante su blancura y la claridad de su agua, es una exaltación de la belleza hecha realidad que se posa ante mis ojos con una magnificiencia que me deja atónita.


Ahora es el momento realmente de regresar al hotel para darme una ducha y relajarme antes de salir a cenar el precioso restaurante Casa Coppelle, cuya gastronomía está a caballo entre la clásica cocina romana  y la alta y refinada cocina francesa. Este restaurante suele ofrecer una música en directo de jazz todos los jueves y hoy, por supuesto que sí, es jueves. Está claro que no es casualidad el día elegido para cenar en este precioso y elegante restaurante. 



Es una cocina refinada de ambiente selecto y gastronomía exquisita. Una experiencia que me ha hecho pasar la más relajada de todas las veladas de este precioso viaje a Italia que, poco a poco, va tocando su final.




























Roma, 18 de agosto de 2017

Hoy el desayuno decido tomarlo fuera del hotel, en una terraza típica italiana a la sombra y con la brisa de la primera hora de la mañana. Tras el capuchino de rigor acompañado de un sabroso croissant de jamón, queso brie y rúcula, me dirijo hacia el Coliseo de Roma, para luego visitar el Foro romano y el monte Palatino.

El Coliseo es un anfiteatro construido en el siglo I d. C.y ubicado en el centro de la ciudad de Roma. Originalmente era denominado Anfiteatro Flavio, en honor a la dinastía flavia de los emperadores que lo construyeron, y pasó a llamarse Colosseum por una gran estatua que había cerca, denominada el Coloso de Nerón, que no ha llegado hasta nosotros. Por su conservación e historia, el Coliseo es uno de los monumentos más famosos de la antigüedad clásica. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980 por la Unesco y está considerado una de las nuevas siete maravillas del mundo.

En la antigüedad poseía un aforo para unos 55.000 espectadores, con ochenta filas de gradas.  Los que estaban cerca de la arena eran el Emperador y los senadores, y a medida que se ascendía se situaban los estratos inferiores de la sociedad. En el Coliseo tenían lugar luchas de gladiadores y espectáculos públicos., y fue construido justo al este del Foro Romano. El anfiteatro, que era el más grande jamás construido en el Imperio romano, se completó en 80 d. C. por el emperador Tito, hijo de Flavio, y fue modificado durante el reinado de su hermano Domiciano. Su inauguración duró 100 días, participando en ella todo el pueblo romano y muriendo en su celebración decenas de gladiadores y fieras que dieron su vida por el placer y el espectáculo del pueblo. El Coliseo llegó a utilizarse durante 500 años durante los cuales los espectáculos en su terreno estaban a la orden del día.


Visitarlo, pisar su arena, subir sus peldaños empinados, bajarlos, es una experiencia única porque realmente se consigue tomar consciencia de la grandeza del Imperio Romano y de todo su legado a lo largo de la historia. 


Caminando por el Coliseo, el sol va haciendo mella y mi móvil marca una temperatura de 34 grados, así que es hora de avanzar dirigiéndome hacia el Foro Romano. El Foro romano era el foro de la ciudad de Roma, es decir, la  zona central, como la plaza del mercado de una ciudad actual, donde donde se encontraban las instituciones de gobierno, mercado y religión. Al igual que hoy en día, era donde tenían lugar el comercio, los negocios, la prostitución, la religión y la administración de justicia. En él se situaba el hogar comunal. Originalmente había sido un terreno pantanoso, que fue drenado por los tarquinios mediante la Cloaca Máxima. Su pavimento de travertino definitivo, que aún puede verse, data del reinado de César Augusto.

Un camino procesional, la Vía Sacra, cruza el Foro Romano conectándolo con el Coliseo, este camino perdió su uso cotidiano al final del Imperio, quedando como lugar sagrado.

Realmente pasear por las calles empedradas de la antigua Roma, descubrir los restos de su grandeza y rehacer la historia me mantiene la mañana con la mente despierta y los ojos abiertos de par en par porque es inevitable sentir, imaginar, volar hacia otra época.


Termino mi caminata hacia las 12.30 y realmente el sol está en un punto álgido que hace que el cuerpo pida tregua. Aún y así, me enfilo directa al Panteón de Agripa, pasando primero por la Piazza Venezia.


El Panteón es un templo de planta circular erigido en Roma por Adriano, entre los años 118 y 125 d. C. completamente construido sobre las ruinas del templo erigido en el 27 a. C. por Agripa, destruido por un incendio en el año 80 y dedicado a todos los dioses (la palabra panteón, de origen griego significa «templo de todos los dioses»). En la ciudad, es conocido popularmente como La Rotonda (la Rotonna), de ahí el nombre de la plaza en que se encuentra.


Marcus Agrippa, Luciī fīlius, consul tertium, fēcit.

Marco Agripa, hijo de Lucio, cónsul por tercera vez, lo hizo.

Esta es la inscripción que puede leerse en el friso del pórtico de entrada. Atribuye la construcción del edificio a Marco Vipsanio Agripa, amigo, general y yerno del emperador Augusto. El templo de Agripa fue, sin embargo, destruido por un incendio, y el existente actualmente es una construcción realizada en tiempos de Adriano.


Es impactante descubrir la entrada y la caída de la luz en vertical desde la abertura de la cúpula del techo que alcanza una altura de algo más de 43 metros. Es una visita rápida, porque realmente tan sólo entrar se consigue descubrir todo el templo en sólo vistazo, aunque luego, fijarse en los detalles puede requerir más tiempo.


Son casi las 14.00 horas y estoy cansada de caminar bajo a una temperatura alta en pleno mes de agosto, así que me siento en un restaurante cercano, como algo rápido y, como suele ser habitual tras la caminata de la mañana, me dirijo al hotel a descansar y darme la ansiada ducha antes de salir a cenar al emblemático restaurante L’archeologia.


Este restaurante era una antigua posada donde dar descanso a los caballos que transportan mercancías desde el Mediterráneo hasta Roma. L’Archeologia se encuentra inmerso en el hermoso parque de Appia Antica y las imponentes ruinas de una tumba romana sirve como telón de fondo del jardín, dominado por una glicinia majestuosa de más de 300 años, creando una deliciosa y fresca pérgola en la terraza del restaurante. Este restaurante es una encrucijada de culturas y cocinas, entre lo moderno y lo antiguo, entre el gusto por la buena comida y el amor por nuestra historia. El restaurante fue fundado alrededor de 1.890 como lo demuestra la foto tomada en 1.895 que se puede ver en la sala Scipioni. El complejo funerario dentro del restaurante se remonta al siglo I d.C, y se compone de un mausoleo exterior y una tumba subterránea que ahora se utiliza como bodega. Este complejo fue parte de las tumbas funerarias de carácter familiar. Todo el restaurante está construido sobre la tumba de un mausoleo subterráneo que en la antigüedad se situó a unos unos seis metros de profundidad.

En el sótano se puede ver, en la dirección de la Via Appia Antica, una pequeña ventana. Aquí se inserta un tubo con el que los carros descargaban el vino en las barricas para mantenerlo fresco. Los antiguos propietarios también tenían un enorme huerto plantado con alcachofas que se cocinaban bajo una gran parrilla en el centro del jardín en la gran fiesta que siguió a la recolección. Por último, el extraordinario entorno de la Vía Apia , la reina de las carreteras, es un entorno único de elementos bellísimos que conforman un paisaje de gran belleza y un patrimonio artístico y arqueológico de valor inestimable.

Esta es mi última noche en Roma, no podía elegir un lugar gastronómico más  lleno de historia y belleza.


























Roma, 19 de agosto de 2017

Como la experiencia de desayunar fuera del hotel ayer fue más que grata, hoy he decidido repetir. No he madrugado. Hoy debo despedirme de esta magnífica ciudad llena de encanto y romanticismo, no sólo de historia, aunque tengo el pleno convencimiento de que volveré algún día. Han sido cuatro días intensos llenos de absoluta historia del arte, auténtica belleza, una gran oportunidad de crecer como persona admirando la historia de lo que hoy somos todos.


La mañana, con mucha tranquilidad, la dedico a callejear por algunas de las calles principales de Roma, deteniéndome allí donde la vista y el corazón me lo exigen, hasta que por la tarde, tras mi última comida en Roma, me dirijo a Civitavecchia para embarcar y emprender mi regreso a mi amada ciudad natal, Barcelona.


Bellísima Italia.















10 comentarios:

  1. ¡Fantástico relato Eva, un viaje precioso!

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  2. La verdad es que leer a Eva causa una sensación de bienestar indescriptible. Tremendo como consigue que me meta de lleno en su aventura. Enhorabuena.

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  3. Conozco Roma, no el resto, pero leyendo este relato puedo decir que ahora mismo conozco Italia mejor que muchas personas que hayan podido pisar muchos de sus lugares. Bravo por el texto, aunque la selección de imágenes es sin duda también fantástica.

    Abrazos para la autora y sus seguidores.

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  4. Personalmente, no conozco nada del sur de Italia, y sí conozco Roma, pero leyéndote, pienso organizar en cuanto me sea posible un viaje a esta maraviilosa costa italiana, me ha impresionado bastante Capri pero también todo el resto. De Vietri Sul Mare, ni había oído hablar con él, así que es un placer aprender leyéndote.

    Gracias Eva.

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  5. ¡Felicidades por esta maravillosa crónica, viaje apuntado en pendiente!

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  6. Muy bonito relato. La verdad es que he leído el relato del tirón y me ha parecido estar en el sur de Italia. ¡Mamma mia!

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  7. Precioso, me ha encantado ver esta retahíla de imágenes que enamoran, y con la ayuda del texto, parecía estar volando por un momento por toda Italia. Enhorabuena Eva.

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  8. ¡Menudo viaje, envidia sana...me lo apunto!

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  9. Realmente, una pasada de relato, he viajado a Italia leyendo este post y casi que quiero quedarme allí. Gracias Eva, felicidades.

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  10. Todos los relatos que he leído de cada uno de los viajes de Eva me han parecido fantásticos aunque me quedo con el de París, por encima de todos los demás. Sin embargo, siempre que leo este blog nace en mí unas ganas renovadas de viajar, tengo la sensación de que ya he emprendido un viaje sin moverme del sofá de mi casa, tan sólo leyendo las crónicas de esta incansable viajera que no sólo viaja, sino que se nota que crece y aprende y se convierte, así como quien no quiere la cosa, cada día en alguien más completo. Felicidades Eva, confieso que me apunto todos los lugares que mencionas en cada viaje, con la esperanza de visitarlos yo algún día.

    Un abrazo.

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