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lunes, 12 de enero de 2015

París era una fiesta que nunca acababa

Copyright Tour Eiffel - Illuminations Pierre Bideau


Montmartre, 29 de diciembre de 2014 – París

Aterrizo a las 12.15 horas en Charles De Gaulle, impresionante aeropuerto.

Una hora más tarde estoy ya en ya en mi hotel, con pocas habitaciones y de ambiente íntimamente parisino. Mi habitación tenía un doble ventanal con vistas por la que entraba una enorme cantidad de luz natural, elegante y con un gusto excelente en la decoración; era un hotel pequeño y bien ubicado frente a una estación de metro.

El viaje acababa de empezar.

Era mediodía y quería pasar la tarde en Montmarte, así que apenas perdí tiempo en comer algo rápido y me puse en marcha hacia esa colina.

Montmartre, el barrio de los pintores y los artistas. Situado en una colina de 130 metros de altura, es uno de los  barrios más encantadores y peculiares de París. También conocido como el "barrio de los pintores", sus pequeñas y empinadas callejuelas constituyen un entramado que incluye desde los más antiguos cabarets hasta los alrededores de la Basícila del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur), un lugar repleto de acogedores restaurantes con terrazas y pintores en cada esquina que consiguen hacerte retroceder en el tiempo.

A finales del siglo XIX, Montmartre adquirió mala fama debido a los cabarets y burdeles que se instalaron en la zona, pero diferentes artistas que lo consideraban un barrio encantador se trasladaron allí para convertirlo en el maravilloso lugar que es en la actualidad. De hecho, este pueblo dentro de la ciudad de París fue una vez el hogar de artistas como Salvador Dalí, Claude Monet, Pablo Picasso y Vincent Van Gogh. Y su legado se respira en cada metro cuadrado de este encantador barrio parisino.

Empecé mi visita subiendo por la Rue de Steinkerque, junto a la estación de metro de Anvers, en el distrito 9º. Al final de esta calle repleta de tiendas de souvenirs y alimentos gourmets, vi alzarse frente a mí la majestuosa Basílica del Sacré- Coeur, tras el parque Square Louis Michel.  Evité la escalinata inacabable que sube hasta la Basílica cogiendo el tranvía que sólo tarda 60 segundos en llevarte hasta sus puertas.
Lo que contemplé desde lo alto de esa colina, en las puertas del Sacré-Coeur, era un precioso cielo rojizo que lucía de sombrero encima de todos los tejados de París.

Mi primera visión de París, absorta y encantada. Sólo pude callar para contemplar. Empezaba a entender que una gran parte de mi historia, de quien soy hoy, probablemente empezaba allí. Aún en aquel momento sin saberlo de forma consciente, algo en mi interior empezó a nacer.

Cuando ya el deleite me embriagaba y el frío empezaba a hacer mella en mi cuerpo, entré en la majestuosa Basílica del Sacré-Coeur, terminada en 1914. La roca travertina que se utilizó en los exteriores es la que da a la iglesia el distintivo color blanco. Su interior alberga uno de los mosaicos más grandes del mundo y es una experiencia que no quise perderme. Preciosa por dentro y por fuera, fue grato conocerla.

Siguiendo mi ruta, llegué a la Place du Tertre, y allí acabé de enamorarme de este precioso lugar. Esta preciosa plaza es el corazón de Montmartre, y fue también el hogar de artistas famosos durante la época bohemia que exaltó a París como la ciudad de las artes y de la Ilustración. Hoy en día, el espíritu bohemio se refleja en la multitud de artistas que ocupan la plaza cada día para realizar retratos de aquel que lo desee.

Montmartre es sin duda, uno de los barrios más pintorescos y bellos de la capital de Francia. Un lugar que invita a soñar con otra época, con otra gente, con otro modo de vida. Donde aún los sueños son posibles y la vida puede sorprenderte cada día.

Se hizo de noche y eran casi las 20.00 horas. Vuelta al hotel, ducha rápida y emprendo rumbo al restaurante La closerie des Lilas, en Montparnasse, muy próximo a mi hotel. Luces tenues, ambiente selecto, buena gastronomía y lugar confortable donde cenar de forma relajada y pausada.

A finales del siglo XIX, La Closerie des Lilas fue el restaurante que dio reputación al barrio de Montparnasse. No tardó en convertirse por su encanto y su ubicación en el lugar de encuentro de una burguesía poco pudiente en aquella época, artistas sin dinero fascinados por el arte, lo bohemio y los bailarines anónimos. Era el ambiente que en aquella época reinaba en Montparnasse.

Frecuentado por Emile Zola, quien trajo a este mismo restaurante a Paul Cézanne, Théophile Gautier o los hermanos Goncourt. A principios del siglo XX se inauguró su terraza, y a partir de 1922, cuando en EEUU en los años 20 se aprueba la Ley Seca, La closerie des Lilas se convierte en la meca americana, y pronto fue un lugar de encuentro para Hemingway, Fitzgerald, Miller, etc. Durante un siglo y medio, todos los grande artistas de las letras y las artes intentaron reconstruir el mundo desde este café restaurante: Modigliani, Picasso, Salvador Dalí, André Breton, Sartre, Paul Fort, Oscar Wilde y muchos más fueron clientes habituales de este precioso lugar al que nadie debería faltar si alguna vez visita París.

Su historia es también nuestra historia. Así lo sentí aquella noche y aún no me he sacudido ese sentimiento de la piel. Así será ya para siempre, un lugar al que siempre deberé volver de vez en cuando para que la historia, nuestra historia, siga presente por el resto de mis días dentro y fuera de mí.







Château de Versailles, Shakespeare & Co, Île de Saint  Louis y Bateau Parisien, 30 de diciembre de 2014 - París

Martes, 7.00 a.m. Suena el despertador, el tiempo apremia y París exige mucho.


Hoy tenía programado ir al Palacio de Versalles. Algo espectacular, digno de la  Historia, digno de visitar.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde hace más de treinta años, el Palacio de Versalles es uno de los palacios más conocidos del mundo, no sólo por su imponente arquitectura y sus interminables y cuidados jardines, sino porque constituye una parte importante de la historia de Francia. Luis XIV fue el primero en transformar y ampliar el pabellón de caza de su padre, Luis XIII, donde instalaría la Corte y el gobierno en el año 1682. Desde entonces y hasta la llegada de la Revolución Francesa, diferentes monarcas se fueron sucediendo en el trono y continuaron embelleciendo el palacio.

En 1661, se iniciaron las obras para la creación de los Jardines de Versalles, cuyo paseo por ellos es una obligación a pesar de las inclemencias del tiempo en invierno o del sofocante calor en verano. Las obras de los jardines duraron cuarenta años. Sin embargo,  en 1789 el palacio dejó de funcionar como sede oficial del poder y posteriormente se convirtió en el Museo de la Historia de Francia.
Durante la visita al Château de Versailles viví una experiencia única, me sumergí en un viaje al pasado donde pude descubrir y recorrer infinidad de estancias con una gran riqueza artística entre las que merece la pena destacar la enorme capilla y los Grandes Aposentos del Rey y la Reina.
Sin embargo, si algo me impresionó por encima del resto, fue la Galería de los Espejos, una impresionante galería de 73 metros de longitud que posee 375 espejos. Es una de las estancias más espectaculares, bonitas e importantes del palacio. En esta Galería, fue el lugar en el que en 1919 se pondría fin a la Primera Guerra Mundial con la firma del tratado de Versalles.

Tras la ruta de más de dos horas por el Palacio, me  perdí por los impresionantes Jardines de Versalles,  que cuentan con una extensión de más de 800 hectáreas, entre árboles, estanques, fuentes, estatuas de mármol y kilómetros y kilómetros de preciosa belleza natural en verde y marrón, los colores de la tierra que me hicieron sentir princesa por un día.

Tras el paseo de ensueño, decidimos comer en Le Reminet, un pequeño restaurante muy próximo a la Île de Saint Louis. La comida fue grata y sobre todo, necesaria. Mis pies estaban molidos por el frío y el cansancio, pues durante casi 5 horas estuve caminando estancia a estancia y camino a camino por el Palacio y los Jardines de Versalles.

Sin embargo, antes de sentarme en el restaurante pasé, casi sin querer, y digo casi porque puse toda la intención del mundo, por la mítica librería de Shakespeare & Co, fundada a principios del siglo pasado, tiempo durante el cual fue considerada como el centro de la cultura anglo-americana en París. Por esta pequeña y espectacular librería de dos pisos de altura al estilo buhardilla antigua, han pasado de forma frecuente autores pertenecientes a la Generación Perdida, como Ernest Hemingway ,Ezra Pound, F. Scotte Fitzgerald y Jaimes Joyce, entre otros. La experiencia de tocar el lomo de sus libros, ojearlos, sentarme en uno de sus asientos para contemplar el olor a otra época, a otra vida, la luz que emite la presencia de un lugar con tanta historia, fue uno de los mejores momentos del día.

Tras la comida en Le Reminet, quise descubrir una tienda cuya historia, entiendo que en parte real sino toda ella, me cautivó por completo cuando, leyendo recientemente un libro de Màxim Huerta, la descubrí. El título de este libro es "Una tienda en París", y en el propio escaparate de la tienda aparece magníficamente expuesto. 

Cruzando el Pont d'Archêveché (Puente del Arzobispado) que une la Île de Saint Louis con la Île de la Cité, no pude evitar contemplar un Sena majestuoso y romántico que conseguía envolver todos los sentidos y las emociones de una tarde que empezaba mágica en una ciudad única como es París.
Unos minutos de deleite y sentimiento en el Pont d'Archêveché sobre el río Sena, y continué mi camino hasta llegar al número 10 de la Rue Pont Louis para encontrarme de repente con algo que hasta ahora sólo vivía en el intento de mi mente por imaginar ese pequeño lugar con tanta historia detrás. La tienda "Mi amor" a la que se refiere el libro "Una tienda en París".

No podía creerme que, por una vez en mi vida, algo que había leído y que siempre  pensé era sólo fruto de la imaginación del escritor, era más que real. Que era real lo supe al finalizar la novela, pues Màxim Huerta no lo desvela hasta las últimas páginas de su libro y fue entonces, tras la increíble historia que el autor nos cuenta, que supe que alguna vez en mi vida tendría que pisar ese lugar.

Y de repente, allí estaba la tienda. Frente a mí.

Contemplé el escaparate casi como si de un sueño que intentaba tomar cuerpo se tratara. Me costaba creer que ahora iba a ser yo la protagonista de la historia.

No pensaba quedarme en la puerta. Y entré.Paseé los pocos metros de la pequeña tienda. Sonreía. Soñaba, pero despierta.

Saludé a la dueña, recorrí con las yemas de mis dedos las telas de sus foulards, gorros, pañuelos parisinos, detalles, complementos, todas esas cosas cuyo tacto todavía sigue vivo en mis dedos.

La magia no cesaba y si hasta ahora parecía todo un cuento escrito por mis retinas y mis sentidos, lo que venía a continuación fue el final de un día perfecto: nos dirigimos a la Tour Eiffel no para contemplarla sino para subirme a bordo del Bateau Parisien y, durante una hora, ver el atardecer navegando uno de los ríos más cosmopolitas y románticos que a mis ojos existen. El Sena.

Un pequeño crucero que me transportó en el tiempo deleitándome con un majestuoso París al que ya había empezado a rendirle todas mis emociones.

En el barco se hizo de noche. Era hora de regresar al hotel, pues la cena estaba reservada en un mítico y emblemático restaurante de la ciudad francesa; probablemente con tanta historia como la propia ciudad.

Son las 21.00 horas.

Maxim's se alzaba elegante y sereno frente a mis ojos en el número 3 de la Rue Royal. Este precioso y elegante restaurante parisino fue fundado el 7 de abril de 1893 y aún hoy continúan sus puertas abiertas a un público selecto y refinado a quien le gusta que su cena sea más que una experiencia gastronómica.
Maxim's me regaló una noche única, a sabiendas de la historia que acontece en sus mesas y elegantes alfombras de suelo. Desde Coco Chanel hasta Aristóteles Onassis y Maria Callas, fue en las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta que Maxim's se convirtió en el restaurante  más célebre del mundo, y también en uno de los más caros.

Inevitablemente, la cantante en directo que amenizaba la noche en Maxim's con clásiscos de toda la vida y con su particular voz al estilo Edith Piaf, acabó cantando su espléndida versión de La vie en rose. ¿De verdad Edit Piaf aún no seguía entre nosotros?. Fue entonces cuando no pude reprimir la emoción y me levanté, invitando a bailar a mi marido en el centro del salón del restaurante, seguida por otros comensales que descubrieron en esta iniciativa la oportunidad de bailar en una noche parisina cualquiera y en pleno Maxim's un clásico como este.

Y la noche se puso en pie y me miró de frente para decirme que los sueños siempre se acaban haciendo realidad cuando una no desiste en perseguirlos.

Bailar en Maxim's no es extraño pero tampoco es lo habitual. No hay que olvidar que es un restaurante y no un salón de baile. Pero yo nunca dejo pasar las oportunidades que anhelo en el fondo de mi corazón.

Y por una noche, decidí convertir Maxim's en un salón de baile para la eternidad.

















Cathédrale de Notre Dame, 31 de diciembre de 2014 - París

Otra vez es temprano. Es hora de darle luz al día.
El cielo está gris, pero eso no me impedirá salir con ilusión por la puerta del hotel.

Un desayuno reparador a base de zumo de naranja, café con leche de soja y azúcar de caña, un croissant francés con mantequilla y emprendo camino a la Île de la Cité.

Es aquí donde empezó la historia de París. La vida y la creación de esta preciosa ciudad fue iniciada en esta pequeña isla, habitada por primera vez por una tribu celta llamada los parisii, que dieron nombre a la ciudad. A partir de la céntrica, vieja y preciosa Île de la Cité, la ciudad se fue ampliando aunque siempre la Île de la Cité se quedó como núcleo de la misma. Sin dudarlo, su edificio más importante y más espectacular es la catedral medieval de Notre-Dame, que significa Nuestra Señora y está dedicada a la Virgen María.

Me sitúo frente a ella, en el número 6 de la Parvis Nôtre Dame - Place Jean-Paul II.
De repente, se detiene el tiempo.

Se alza majestuosa, imponente, llena de historia y  sabiduría, con la certeza de haber sido testigo de la vida de millones de personas durante sus ocho siglos de vida.

Ahí está. Mirándome frente a frente, con su rosetón dominando la Plaza. El Sena. La isla.  París.
Desafiante a todo el mundo, nadie puede evitar mirarla perplejo y absorto en su belleza. Única.

Construida entre  los años 1.163 y 1.245,  la Cathédrale de Notre Dame es una de las catedrales góticas más antiguas del mundo.  Ella, con su mirada firme y antigua, ha sido testigo durante sus 800 años de historia de acontecimientos que han pasado a formar parte de la historia de la humanidad, generación tras generación. La coronación de Napoleón Bonaparte, la beatificación de Juana de Arco y la coronación de Enrique VI de Inglaterra son sólo algunos de estos acontecimientos.

Entrar en ella es retroceder en el tiempo, imaginar otra vida, otra época. Soñar despiertos una Edad Media en la que una misma es la protagonista. Cada rincón de su interior, sus rosetones imponentes, sus colores, sus arcos ojivales, sus formas, sus curvas, es un alma que seduce a cada viajero, a cada parisino, a cada uno de nosotros. Nadie la mira indiferente.

 A la Cathédrale de Notre Dame se le quiere, se le adora, se le sueña. Se le admira.

Recorro sus pasillos, me siento en uno de sus bancos, contemplo, medito, me evado en un viaje en el tiempo.

Al final toca despertar.

Al salir por su puerta lateral izquierda, casi creo ver mirando hacia sus torres al famoso Jorobado de Notre Dame, Cuasimodo, trepando hacia el campanario. No resisto la tentación de volver a ser niña, y decido subir a buscarlo.

La apuesta es dura. Por delante quedan dos horas de cola, de pie, sin apenas movimiento alguno, a la sombra y bajo un frío que roza los 0 grados. Son las 10.30 de la mañana y por fin, a las 12.30 consigo alcanzar la entrada a una de las Torres de la Catedral.

Con la esperanza de toparme con Cuasimodo, tomo aire en un suspiro, e ilusionada empiezo a subir uno a uno los 422 empinados escalones estrechos y en caracol que me llevan hasta la parte más alta de la Torre. Y es entonces cuando el sueño se hace realidad de principio a fin: visualizo el Campanario y casi como si el Universo conspirase a mi favor, suenan las Campanas en un intento de dejarme casi sin audición. Tuve que taparme los oídos mientras el corazón me latía con fuerza con las vistas que Notre Dame me estaba regalando desde su campanario, París a mis pies en una mañana de sol cuyo cielo azul resplandecía sobre mi cabeza a modo de estampa de cuento.

Un cielo azul.

Algo pasó. De repente, salió el sol con el sonido de las campanas. El viento dejó de ser tan frío, y mi cuerpo se estremecía por segundos inmersa en un momento inolvidable de emoción y alegría.

Me salía la sonrisa por doquier, la vista se me perdía por los tejados y los parques de París, el Sena me llamaba a gritos desde lo lejos e inevitablemente yo le contestaba, ajena al resto del mundo. Mientras, el viento agitaba mi ya alborotado pelo.

El viento me dio la mano. Absortos de la realidad, convertimos la nuestra en un baile en la Torre del Campanario de Notre Dame. Desde entonces, el viento y yo seguimos siendo uno.

El viento y yo siempre bailaremos en las alturas.

El descenso por los escalones de la Torre fue el descenso de un sueño en su fase más profunda hasta el despertar abriendo los ojos de las puertas del alma al pisar de nuevo el suelo de la ciudad de París.

Magia.

Y entonces en un intento desesperado de no abandonar la ilusión, me perdí por las calles de Saint-Germain-des-Prés hasta alcanzar el Café Le Procope.

Fundado en el año 1686, el Café Le Procope es uno de los más antiguos y reconocidos por su historia en la capital francesa. Fue frecuentado en su día por Voltaire y Rousseau entre otras personalidades y fue el primer café literario de París.

Diderot concibió entres sus paredes la famosa Encyclopédie y Benjamin Frankin la Constitución de los Estados Unidos de América.

Había pedido expresamente una mesa ubicada en la segunda planta del restaurante y junto a uno de sus ventanales. Coincidencia o no, junto a aquella ventana había un cuadro antiguo de otro siglo que lucía la figura de una mujer sentada, en su madurez no tardía, y con absoluto descaro no dejaba de mirarme.

Por un instante, no sé si dejándome llevar por algún prejuicio, me pareció reconocerme a mí en otra vida. Quizás nunca lo sepa, pero la verdad es que fue inevitable que ese cuadro llamara mi atención constantemente. Y quizás por eso, lo miré de frente y le pregunté "¿Quién eres?". Casi me pareció reconocer en su mirada su respuesta: "Tú, Eva. Tú y yo somos la misma en diferentes siglos. Ya habías estado aquí, y esta que soy yo es la mujer que tú fuiste alguna vez, y aquí estás otra vez, contemplándote a ti misma en otro tiempo".

Locura o no, probablemente cosas de París.

Tras la comida, un taxi me dejó en la puerta del hotel. Había que descansar y reposar toda la emoción. Era complejo asumir tanto en sólo una mañana. Pero estaba lista.

Hoy era el último día del año, y la noche estaba reservada y preparada.

Había que descansar.

Otro taxi nos recogió a las 21.30 en el hotel y nos llevó hasta la Tour de Montparnasse, el segundo rascacielos más alto de toda Francia, con 59 plantas y 210 metros de altura.

Ubicado en la planta 56, se ubica el Restaurante Le ciel de Paris, un emblemático y precioso restaurante cosmopolita con unas vistas de vértigo a la ciudad parisina y a la Tour Eiffel que quitan el aliento a cualquiera que opte por pagar una cena en este restaurante.

Nuestra mesa reservada desde hacía meses, estaba junto a los inmensos ventanales y en línea recta hacia la Tour Eiffel. La gastronomía fue de primer nivel, lo que más vivo ha quedado grabado en mi retina y en la memoria de mis emociones es que durante toda la velada me deleité con el champagne y las vistas a una imponente y majestuosa Tour Eiffel iluminada que no dejaba de mirarme.

La música en directo, el ambiente de luces tenues, la presencia de los camareros vestidos para la ocasión con smoking, el ambiente engalanado de una noche como la de un 31 de diciembre de cualquier año, y la ciudad de París como telón de fondo vestida con una ilumida Torre Eiffel de decorado central fue el único alimento que recuerdo como alta gastronomía de esa noche.

A las 12 en punto de la media noche, como si de un cuento se tratase, un Bonne Année alzando las copas de champagne por parte de todos los comensales y un estallido de fuegos artificiales en el paisaje de la ciudad de París pusieron el broche y final de un año que no pudo acabar mejor e inauguró el 2015 con una emoción que jamás podré describir por encima de todas las demás.

Tras el brindis, en medio del restaurante fuimos muchos los que nos lanzamos a bailar entre las mesas. Algunas canciones animadas y, en un momento inesperado, una balada mítica, What a wonderful world de Louis Armstrong, que hizo derretirse hasta las velas de todas las mesas y que se cayeran los foulards y chaquetas de todas las damas que esa noche allí nos pusimos en pie a bailar un clásico como este con nuestras respectivas parejas de baile.

El 2015 había empezado.








Copyright Tour Eiffel - Illuminations Pierre Bideau


Copyright Tour Eiffel - Illuminations Pierre Bideau

Cementerio Père-Lachaise, Musée d'Orsay y Tour Eiffel, 1 de enero de 2015 - París

En la primera mañana del año lucía un sol radiante en París, pero las temperaturas eran mínimas y hacía un frío helador.

El desayuno fue sosegado, no tenía prisa para emprender un tranquilo Paseo por el Cementerio de Père-Lachaise. La noche había sido intensa en emociones.

Hoy era un día de paseo sosegado.

Père-Lachaise es el cementario más grande de París y uno de los más conocidos en el mundo. Muchos parisinos lo utilizan como si fuera un precioso parque para pasear los domingos por la mañana.
Tras su apertura, el cementerio del Père-Lachaise ha sido ampliado en cinco ocasiones y esto le ha permitido pasar de 17 a 43 hectáreas con 93 áreas dentro del cementerio. En suma, contiene un total de 70.000 tumbas, 5.300 árboles, centenares de gatos y miles de pájaros que anidan en sus ramas. 
El nombre de este cementerio es un homenaje a François d'Aix de la Chaise (1624- 1709), conocido como el Père la Chaise, que fue confesor del rey Luis XIV de Francia, conocido como el Rey Sol.
En un inicio, este cementerio no fue bien aceptado por los parisinos, porque éstos no querían ser enterrados en las afueras de París. Sin embargo, aquí fueron transferidos los restos de algunos personajes de gran prestigio como Molière, La Fontaine o los famosos amantes Abelardo y Eloisa. Y así, la élite parisina le concedió su beneplácito.

Pasear por sus calles adoquinadas rodeadas de árboles fue una experiencia única. Jamás había paseado durante horas por un cementerio con tantos sentimientos encontrados.

El punto álgido para mí fue cuando encontré la tumba de Frédéric Chopin (1810-1849). Dentro de toda esa locura que pueda caracterizarme en ocasiones, sentí un vínculo inmenso con este compositor y virtuoso pianista polaco que fue uno de los más grandes representantes del Romanticismo musical.
Aunque visité otras tumbas, como la mítica de Jim Morrison, Molière, Balzac, Maria Callas, Édith Piaf y otros, fue frente a la tumba de Chopin donde las emociones se dispararon hacia algún lugar del que aún no han regresado.

Entre otras cosas, descubrí una curiosa coincidencia con la fecha del día de su muerte, el 17 de octubre de 1849. Cien años después, en el mismo día de un siglo exacto, el 17 de octubre de 1949, nació quien hoy es mi padre.

Supongo que seguirán siendo cosas de París.

Se nos hizo tarde y era ya más de mediodía cuando decidí que era hora de reposar los pies tras las horas caminadas por el cementerio recordando a personalidades que han pasado a la historia y que hoy, a pesar de los años que hace de su pérdida, seguimos recordando con intensidad.

Tras la comida, esta vez rápida, me dirijo al Musée d'Orsay.

El Musée d’Orsay es una pinacoteca dedicada a las artes plásticas del siglo XIX pero, más concretamente, al período  comprendido entre 1848 y 1914.

El Museo ocupa el antiguo edificio de la estación ferroviaria de Orsay, y actualmente alberga la mayor colección de obras impresionistas del mundo, con obras maestras de la pintura y de la escultura como Almuerzo sobre la hierba y también Olympia de Édouard Manet, el Autorretrato de Van Gogh,  el Baile en el Moulin de la Galette de Renoir,  o varias obras esenciales de Courbet e incluso cinco cuadros de la Serie des Catedrales de Rouen de Monet. Cronológicamente, este museo cubre la historia del arte entre los maestros antiguos (que están en el Museo del Louvre) y el arte moderno y contemporáneo (en el Centro Georges Pompidou).

Pasear por sus diferentes salas y contemplar los enormes cuadros que decoran sus paredes es un deleite para la vista. Sólo necesitas sensibilidad al arte.

Se respira otro tiempo. El impresionismo es uno de mis movimientos artísticos preferidos y sin duda, visitar el Musée d'Orsay es una visita ineludible y obligada para quien sea un gran amante de este movimiento artístico.

La caminata por Père-Lachaise y luego durante toda la tarde por el Musée d'Orsay dejó mis pies y mi cuerpo sin fuerzas. Era necesario un breve descanso para reponer fuerzas antes de que llegara la cena y el espectáculo que esa noche sabía se iba a producir en las alturas de París.

A las 21.00 horas teníamos de nuevo la mesa reservada en el Restaurante Les Ombres, justo a sólo unos metros delante de la Tour Eiffel.

De ambiente refinado y acogedor, Les Ombres ofrece una vista en primer plano de la Tour Eiffel en sus ventanales que rodean el restaurante por los cuatro lados, incluso el techo de todo el restaurante es de cristal y el efecto es casi como estar flotando en el aire, pues tampoco está a pie de calle, sino que para acceder al restaurante, debes acceder a un ascensor y subir a la quinta planta del edificio en cuestión. La gastronomía fue como hasta el momento habíamos experimentando en el resto de restaurantes: excelente, si bien en esta ocasión más escasa de lo habitual aunque, para mí, suficiente.

Tras la cena, nos dirigimos directamente a la Tour Eiffel, y subimos a ella en su vertiginoso ascensor en plena noche.

Cuando las puertas del ascensor se abren, lo que mis ojos ven es lo que probablemente siempre había sabido y nunca había visto hasta ese mismo segundo. La vida resumida en un instante, toda la historia pasada, presente y quizás futura resumida en un paisaje nocturno iluminado y aderezado con un viento que se llevaba las lágrimas que emocionada resbalaban lentas por mis mejillas. París me hizo vibrar, me hizo llorar, me dio la felicidad y la serenidad que hacía algunos días ya parecía haberse marchado a no sé dónde.

Sentí que toda mi vida había pertenecido a esa ciudad, sentí que volvía a tenerlo todo y que ya nada me faltaba. Sentí que esa, y no otra, era mi vida entera.

Unas vistas impresionantes e inolvidables. No he encontrado todavía las palabras adecuadas para describirlas, sólo mis retinas saben definir esa emoción, ese momento, dibujando aún hoy cada noche, antes de dormir, la silueta de París en todos mis sueños desde entonces.

Por siempre. Para siempre. París.







Musée du Louvre y Galerias Lafayette, 2 de enero de 2015 - París

Amanece un día más, el viaje va llegando a su final. Y eso me encoge el corazón. Sin embargo, hoy también habrá grandes emociones.

Me dispongo a visitar durante toda la mañana uno de los museos más importantes del mundo.

Inaugurado a finales del siglo XVIII, el Museo del Louvre recibe más de ocho millones de visitantes cada año.

Formado a partir de las colecciones de la monarquía francesa y las expoliaciones realizadas durante el imperio Napoleónico, el Museo del Louvre abrió sus puertas en 1793.
El Museo se encuentra alojado en el Palacio del Louvre, una fortaleza del siglo XII que fue ampliada y reformada en diversas ocasiones. Antes de que se convirtiera en museo, algunos monarcas como Carlos V y Felipe II utilizaron el palacio como residencia real en la que acumulaban sus colecciones artísticas. Tras el traslado de la residencia real y el poder al Château de Versailles, el impresionante edificio de 160.000 metros cuadrados comenzaría su proceso de transformación en uno de los museos más importantes del mundo.

En 1989, se construyó una pirámide de cristal rompiendo la monotonía de los grandes bloques grises del museo y que en la actualidad sirve como puerta de acceso. Esta pirámide fue en un inicio muy criticada por los parisinos pero, hoy en día, todo el mundo la ha aceptado y es un icono más de la ciudad parisina donde a todos nos gusta fotografiarnos.

La colección del Louvre comprende cerca de 300.000 obras anteriores a 1948, de las que se exponen aproximadamente 35.000. La inmensa colección está organizada de forma temática en diferentes departamentos y también existe un área especializada en historia del Louvre.

Durante cinco horas recorrí estancias, salas, salones y pasillos en un sin fin de arte, aunque sin duda momentos retenidos como algo que me conmovió por dentro y por fuera fueron mis encuentros con La Gioconda de Leonardo da Vinci, La Libertad Guiando al Pueblo de Delacroix y Las Bodas de Caná de Veronés por lo que a pintura se refiere. En escultura, me quedaré siempre con el impacto en mi retina de toparme de frente con La Venus de Milo de la Antigua Grecia, El escriba sentado del Antiguo Egipto y La Victoria Alada de Samotracia del periodo Helenístico de la Antigua Grecia.

Momentos únicos, momentos para el recuerdo de mis memorias.

Tras la caminata de cinco horas, ahora estoy cansada y necesito sentarme.

Un taxi me lleva hasta el mítico y emblemático Le Dôme Café, al que había prometido visitar en este viaje aunque fuera a deshoras. Sus puertas abrieron en 1898 y aún hoy sigue siendo un emblema de París. Ubicado en Montparnasse y no muy lejos de la también conocida La closerie des Lilas que visité mi primera noche en París, Le Dôme fue uno de esos restaurantes frecuentados también por artistas y bohemios, escritores, escultores, poetas, modelos y conocedores del arte.

Este lugar se convirtió en el punto de reunión de la colonia literaria estadounidense y fue punto focal para los artistas que residían en París en la orilla izquierda del Sena. Prácticamente, llegó a ser el centro del mundo en cuanto a arte y sexo se refiere. A todas horas corría por este restaurante el champagne, las modelos, los artistas, el caviar...a todas horas era un espectáculo en Montparansse.

Dotado con una estrella Michelín, tiene un pescado y un marisco excepcional y la colección de su menaje es de cosecha propia con el nombre Le Dôme en todas sus piezas.
Nuestra apuesta fue pedir una Bouillabaisse Marseillaise con un pescado de roca excepcional cocinado a fuego lento, incluso en la propia mesa donde nos dejaron encendido un pequeño fuego con la olla del caldo del pescado constantemente caliente en el fuego.

Tras la extraordinaria comida en Le Dôme Café, la siguiente apuesta pasa por una tarde de descanso antes de continuar la ruta prevista.

Hacia las 19.00 un taxi nos recoge de nuevo en la puerta del hotel y nos deja en el acceso principal de uno de los centros comerciales más famosos y grandes del mundo, las conocidas Galerías Lafayette. Este centro comercial fue declarado monumento histórico gracias a su espectacular cúpula neobizantina que, en Navidad, luce decorada con mil luces de colores convirtiendo el interior del centro comercial en todo un espectáculo digno de ver.

Algunas compras: té de verbena, bombones de Maxim's y algún que otro delicatessen. Llega la hora de cenar.

Como es habitual en mis viajes, la mesa está reservada desde hacía ya casi tres meses en el espectacular, impresionante, cosmopolita y mítico Le Jules Verne, ubicado en el segundo piso de altura de la Tour Eiffel.

También con una estrella Michelín, aquí sin duda fue, junto con la cena y la experiencia en Maxim's, una gastronomía sin comparación posible. Exquisita y de deleite desde el primer hasta el último plato.

No apto para todos los bolsillos, este impresionante restaurante nos brindó una noche de ensueño con vistas a todo París tras los inmensos ventanales que dejaban ver los brazos que construyen la Tour Eiffel, y tras ellos, el Sena y la ciudad de París a los pies de todos los comensales.

Algo espectacular que, al menos, una vez en la vida, debe hacerse.
Aunque yo tengo intención de repetir.





  





Arc de Triomphe, Ópera National de Paris en el Palais Garnier y Moulin Rouge, 3 de enero de 2015 - París

Esta mañana toca madrugar, el día se presenta intenso en ruta y emociones.


A pesar de que dicen que el secreto mejor guardado de París es que llueve dos de cada tres días, puedo decir felizmente que hoy es el primer día que llueve en París desde que he llegado. Aunque tenemos que salir con paraguas, esto no me impide visitar lo que ya estaba previsto.

Empiezo el día en la Place Charles De Gaulle, para visitar el Arc de Triomphe de París.
Es, junto a la Tour Eiffel, el monumento más representativo de la ciudad. Con unas dimensiones de 50 metros de alto, el Arc de Triomphé representa las victorias del ejército francés bajo las órdenes de Napoleón. Su construcción duró 30 años y su arquitecto fue Jean-François Chalgrin.

El Arc del Triomphe ha sido testigo de innumerables momentos históricos como el paso de los restos mortales de Napoleón el 15 de diciembre de 1840 y los desfiles militares de las dos guerras mundiales, en 1919 y 1944.

En la base del Arco del Triunfo me encuentro con la Tumba del Soldado Desconocido, un monumento erigido en 1921 que, con una llama siempre encendida, representa a todos los franceses que murieron en la Primera Guerra Mundial y nunca fueron identificados. En los cuatro pilares del arco están grabados los nombres de las batallas ganadas por los ejércitos napoleónicos, así como los de 558 generales franceses, algunos de los cuales murieron en combate y sus nombres se encuentran subrayados. Es algo sorprendente visitarlo y leer todos esos nombres, en lista vertical.

Experimenté una sensación extraña que casi me llevaba a poder imaginar las caras de cada uno de ellos.

Una hora después y bajo lluvia, paseé por las calles de París un buen rato, ajena al frío y a la humedad. Finalmente, cuando los pies deciden que ya basta, un taxi acaba el trayecto por mí hasta llegar al Palais de Garnier.

Sin duda, este fue para mí uno de los mejores momentos del viaje. La ópera de París es algo sorprendente, tanto que creo que jamás había experimentado una sensación tan real de flotar en el aire. Entre sus balaustradas de mármol, escalinatas, lámparas centenarias y pasillos donde se respiraba todavía historias de amor en una ópera de siglos atrás, simplemente floté y accedí a otro mundo, otro plano. Estaba en una época distinta donde sólo yo tenía acceso en ese preciso instante.

Situada en el Palacio Garnier, la Ópera Garnier es un imponente edificio neobarroco que, junto con la Ópera de la Bastilla, conforma la Ópera Nacional de París. Se trata del lugar que inspiró la conocida obra "El Fantasma de la Ópera". Tras la decisión de Napoleón III de crear un nuevo edificio para la ópera, se organizó un certamen en el que más de 170 arquitectos presentaron sus proyectos. Finalmente, el joven arquitecto Charles Garnier fue el que logró llevar a cabo el diseño del edificio.
Antes de que el edificio fuera finalizado, Napoleón decidió que era necesario construir una avenida que uniera la ópera con el Palacio de las Tullerías, por lo que decenas de familias fueron expropiadas de sus casas para que su ambición se viera satisfecha. Paradójicamente, el emperador nunca utilizó la avenida que había ordenado construir.

Durante el recorrido por el Palacio Garnier es posible contemplar el lujo y la opulencia que rodeaba a las personas que acudían a la ópera, no sólo para disfrutar del espectáculo, sino para ver y ser vistos.
Algunos de los puntos más llamativos del edificio son los “foyers”, vestíbulos en los que los espectadores paseaban durante los entreactos, los cuales están decorados con pan de oro y preciosos mosaicos. La sala de espectáculos, decorada en tonos rojos y dorados, está iluminada por una enorme araña de cristal que ilumina el curioso techo que parece decorado por extrañas pinturas realizadas por un niño pequeño.

Resulta llamativo el pequeño tamaño de la sala, que sólo cuenta con 1.900 asientos de terciopelo rojo, si lo comparamos con las vastas dimensiones del edificio que ocupa 11.000 metros cuadrados.
Probablemente, uno de los elementos más llamativos del edificio sea la gran escalera de mármol blanco con una balaustrada de mármol verde y rojo que une los dos niveles.

En esa constante sensación de estar haciendo un viaje al pasado, a través de las barandas de sus balcones me parecía ver amores de otra época, trajes de gala, miradas furtivas, deseos encendidos contenidos en el Palacio para dar rienda suelta fuera de él, lejos de las bambalinas y las miradas de otros.

Fue una de las experiencias más gratas y que más recuerdo de este maravilloso e inolvidable viaje a París.

Acabamos la visita por el Palais de Garnier brindando con una copa de champagne y tras el brindis, una pausa para comer justo frente al mismo Palacio, en el emblemático Café de la Paix, abierto al público parisino desde el 30 de junio de 1862. Su proximidad a la Ópera atrajo siempre a clientes famosos como Chaikovski, Massenet, Émile Zola y Guy de Maupassant.

En París, la gastronomía de los buenos restaurantes siempre compiten y una vez más la experiencia fue más que recomendable.

Por la tarde, opto por una pausa antes del espectáculo que me esperaba esa noche.

La fascinación del mítico Moulin Rouge, el famoso cabaret parisino construido en 1889 por un arquitecto catalán, Josep Oller, y ubicado en el conocido barrio rojo, cuyo nombre es Pigalle. Concretamente, en el Boulevard de Clichy, a los pies de Montmartre.

Por este cabaret han pasado actuando artistas como Frank Sinatra, Ginger Rogers, Édith Piaf, Yves Montand, Dean Martin, Liza Minnelli y muchos más cuyos nombres todos recordamos.

Entré a la hora en punto que tenía reservada la mesa. La cena a base de champagne y delicatessen francés fue amenizada por unos teloneros que en el escenario de Moulin Rouge cantaron y bailaron clásicos de toda una vida antes de que se iniciara el gran espectáculo de cabaret que habíamos ido a ver.

Cuando la cena acaba y descorchamos una nueva botella de champagne, el cabaret empieza. Lo que presenciamos es algo fuera de lo racional. De principio a fin, la actuación de todos los que pasaron por el escenario fue un homenaje a la ciudad de París y su historia, un desgarro de emociones que saltaban por todos los poros de la piel.

Algo único.

Moulin Rouge fue la última experiencia que París me regaló, en un intento último por dejar grabado a fuego en mi piel la historia de siglos atrás resumida en un último espectáculo.

El escenario de la vida.

Y es que, como dijo Hemingway, París era una fiesta.

París siempre fue una fiesta. Un viaje al pasado que ha abierto en mi corazón las puertas del tiempo.







París, 4 de enero de 2015 - París

Es mi última mañana en París.

El avión me espera y he de regresar a mi ciudad natal, Barcelona.

Una última mirada a la ciudad con la felicidad en los ojos y en los labios la emoción contenida, me despido diciéndole que prometo volver.

Porque París, mi querido París, no se acaba nunca.




15 comentarios:

  1. Eva, creo que en este viaje te has inspirado como nunca. Bravo por tu relato. Diría por sus líneas y lo que te has volcado en este relato que has vuelto enamorada hasta los topes de la ciudad de la luz. Y se nota que no has perdido el tiempo y que tienes un gusto excelente para elegir restaurante. Enhorabuena preciosa.

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  2. Precioso relato Eva. Me ha vuelto a recordar todas aquellas sensaciones tan inexplicables que sentí la primera vez que pisé Paris. Tu viaje también ha sido el mio y grácias a tus palabras, me has regalado unos recuerdos impagables....Que grande eres..!!. Un beso enorme preciosa!! (Albert Ponton)

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  3. ¡Guapísima como siempre Eva, que romántico y bonito viaje, envidia sana!. Gracias por regalarnos otra de tus maravillosas experiencias. ¡Cada año lo haces mejor!.

    ¡Un abrazo grande!

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  4. Sinceramente, y como te han dicho por ahí arriba antes te superas en tus textos cuando vuelcas las emociones. Clarísimo: París te ha marcado y me parece que no te lo esperabas querida escritora.

    Me alegro mucho de tu felicidad, la mereces.

    Un abrazo Eva.

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  5. Me encanta tu texto y tus fotos son un fiel reflejo del mismo, excelente. Como siempre.

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  6. París. Gran ciudad, única me atrevería a decir.
    Eva, tú siempre resplandeces, pero me ha parecido descubrir que tú eres de alma parisina aunque nacida en Barcelona. Tus ojos brillan en las fotos, enamorada de la vida y enamorada de París. Tus palabras transmiten claramente tus emociones. Eso siempre lo has hecho muy bien, pero creo que en tu relato sobre tu viaje a París has transmitido algo que todos compartimos: un amor por su romanticismo y su encanto, su magia, su luz. Parece que vengas de otro siglo y de esa ciudad y tú misma afirmas haberlo sentido en ciertos momentos estando allí.

    Imagino lo que has disfrutado y me alegra mucho verte tan feliz y bonita.

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  7. No se cómo expresar mi sorpresa despues de leer tu magnífico relato de.ese.inolvidable viaje a Paris. Fantástico y emocionante asi como preciosas las.fotografias que lo acompañan. Dichosa tú que has podido ver cumplido tu sueño, caro sueño, y que siempre guardarás como un tesoro. Eres afortunada Eva y lo sabes verdad? Ojalá la vida te siga sorprendiendo así de gratamente y nunca tengas carencias ni materiales ni afectivas. Muchas gracias por compartir esto tan íntimo con nosotros.

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  8. Me habían recomendado a esta autora. Leí su libro hace ya tiempo y recientemente lo volví a leer porque la primera vez me causó una impresión de persona con una nobleza impresionante y unos principios que alcanzan casi la perfección de la ética, aunque seguro que es humana como también yo lo soy.

    No se trata de idealizar a nadie, pero admito que me gustó mucho conocerla a través de su libro que lleva por nombre el mismo que este blog. Descubrí a una persona con una calidad humana impresionante.

    Ahora la veo en fotos (además de la fotografía de la portada de su libro) y descubro que su belleza es por dentro y por fuera. Su calidad literaria para mí que soy un humilde lector, es excelsa y sobresaliente.

    Y el relato de este viaje es una inmersión virtual en la extraordinaria ciudad de París. La autora ha conseguido hacernos viajar a todos con ella a través de sus líneas. Y sin duda las fotografías ayudan considerablemente a vivir más el relato que Eva nos cuenta aquí.

    Sólo me queda dar las gracias a la autora desde mi más sincera enhorabuena por su experiencia y por ser la persona que me parece que es.

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  9. Pues lo único que se me ocurre añadir es que la expresión de esta chica es la de haber vivido un viaje de ensueño y de encuentro con alguna vida pasada. Sin duda, se nota su alma parisina, y el texto nos lo ha dejado claro a todos.

    Para el fotógrafo, felicidades. Hacen un buen equipo juntos la autora y él.

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  10. ¡Pero mira que eres bonita, qué guapa estás siempre!.

    Me da envidia sana tu viaje. Creo que somos muchos los que hemos ido a París, pero sin duda transmitir las sensaciones que una ciudad tan especial como es esta nos deja en el alma no es tan fácil y tú parece que tengas una facilidad pasmosa para hacernos sentir lo que ni nosotros mismos somos capaces de expresar.

    Espero volver algún día otra vez a esta mágica ciudad que deja siempre tanta huella en tantos de nosotros. No he frecuentado ninguno de los restaurantes de alta gastronomía que mencionas, pero haré lo posible -si el tiempo y la economía lo permite- por visitar Le Jules Verne o Maxim's. Creo que son con los que me quedo, aunque sin duda tu experiencia en Le Procope seguro ha sido como un hito en tu vida.

    No olvides nunca las señales querida escritora, todas tienen un sentido en la vida. Y sin duda parece que esta ha sido importante y muy clara.

    Un abrazo Eva, que seas siempre tan auténtica.

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  11. ¡Magistral, me ha encantado, esto es literalmente "quemar París"!

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  12. Excelente descripción de París y el efecto que una ciudad bellísima como lo es esta transmite a una mujer enamorada de la vida. Si la autora ha vivido así el viaje sólo tiene una razón: su simbiosis con lo bueno, alegre y positivo de nuestra existencia en este mundo. Es una confesión literal que afirma que uno/a "está enamorado/a de la vida".

    Eva se ha enamorado de París. Lo que aquí no se dice pero se intuye, es que París siempre estuvo enamorado de Eva.

    Felicidades por tan buen relato.

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  13. Magnifico texto. El mejor de los que te he leído. Consigues en él una atmósfera, en la que cualquier lector/a paseará por las paginas que escribes, por París como si estuviera caminando por sus calles, y almorzando, cenando o visitando cada uno de los memorables lugares por los que te adentras. Delicioso Montmatre en su narración. Romántico el paseo por el cementerio Père- la Chaise y la causalidad con el nacimiento de tu padre. De cuento el baile en Maxim's. Es indudable, que a ti siempre te quedará París.

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  14. Este relato es tan perfecto que parece el guión de una película a la que falta añadirle el diálogo de los protagonistas.

    Eva, fascinante. Con todas las letras. Pedazo de viaje.

    Felicidades superescritora.

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  15. Impresionante París. Sin duda Eva lo viviste como una de las grandes y maravillosas experiencias de tu vida. Se palpa en cada palabra que escribes en esta estupenda crónica de contenido parisino.

    Atrapas la atención del lector con mucha facilidad. Enhorabuena.

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